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El PNV, en medio de la celebración del aniversario del racista compulsivo Sabino Arana, ha vuelto a reconocer que el terrorismo forma parte del frente nacionalista. La postura favorable a Batasuna, porque detrás iría el PNV, no es otra cosa que una defensa de Eta, tras el asesinato de dos policías vascos. Ese hedor a Auschwitz y el Gulag en el que se ha sumido la coalición nacional-comunista del ejecutivo de Ajuria Enea, cuyos pútridos aromas vienen de Estella/Lizarra.

Arzalluz ha ido más allá diferenciando entre ertzainas patriotas e infiltrados, con referencia a los constitucionalistas. Los primeros no han de ser asesinados, los segundos pueden e incluso deben serlo. Tal mentalidad se sitúa en el umbral del terrorismo e incluso más allá del zaguán. Adquiere su misma inhumanidad y la supera en hipocresía. ¿La ertzaina asesinada con sus tres hijos, uno de ellos autista, era una infiltrada? ¿No son infiltrados únicamente los terroristas?

El PNV es incapaz de acabar con el terrorismo porque lo necesita. En ese escenario, cualquier vuelta previsible y recurrente a la tregua no sería otra cosa que una trampa de elevadas dimensiones para intentar un desarme moral, preludio del intento de genocidio. Para Arzalluz, todos somos infiltrados menos los nacionalistas de pura cepa. Lo mismo que para ETA. Lo del árbol y las nueces, incluso con casaca roja.

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