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Vale aquello de que nunca es tarde si la dicha es buena, porque en los avances que ahora se están dando en la lucha contra el terrorismo sólo cabe lamentar que no se hayan producido antes, porque se hubieran evitado muertes de inocentes. Adelantar la puesta en vigor de la euroorden es magnífico y sólo cabe lamentar que algunos países no puedan sumarse de inmediato porque en sus ordenamientos jurídicos ni tan siquiera está tipificado el delito de terrorismo. Abrir negociaciones para establecer una coordinación judicial entre el espacio europeo con los Estados Unidos es igualmente magnífico. Hay que lamentar, de nuevo, que haya sido preciso el desastre del 11 de septiembre para que lo políticamente estúpido se resquebrajara y empezaran a abrirse cauces a la racionalidad.

Puede decirse que con estas medidas internacionalizadoras el terrorismo está en proceso de extinción, porque éste precisa siempre ámbitos de seguridad desde los que operar, santuarios, retaguardias. Ben Laden, Afganistán, Pakistán e Irak. Y Eta, el sur de Francia. En la medida en que esos espacios de impunidad no existan, el terrorismo no puede contar con logística adecuada y se verá obligado a pasar a la defensiva. La euroorden impedirá, por ejemplo, la pérdida de información que ahora se produce cuando se detiene a terroristas lejos de los lugares donde actúan.

La lucha tras el 11 de septiembre es por un mundo más seguro, y por ende más libre, porque se había perdido tanto el sentido común en nombre de lo políticamente correcto-estúpido, que hasta es preciso recordar que no hay libertad sin seguridad, que ambos conceptos exigen un equilibrio, pero en ningún caso son antitéticos. Todo lo contrario.


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