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El antijudaísmo (los palestinos también son semitas) persistente, que en el caso de Europa pertenece a los más oscuros instintos del pasado, y la ceguera postmoderna, están llevando a que el terrorismo palestino vaya camino de ser “bueno”, a pesar de ser el más atroz de la caverna terrorista actual, el que lleva su afán nihilista al suicidio (como Al Qaeda), amparado en el integrismo islámico, esa nueva y vieja forma de barbarie, que pertenece a la inmundicia de la especie, a los aspectos más intolerantes de la religión, a dioses que no admiten la comparación con el mínimo sentido humanitario.

En medio de la visita de Colin Powell (quizás haya visto el atentado desde su helicópeto), cuando la UE de Piqué y Aznar juega a la estupidez extrema amenazando con sanciones a Israel, un nuevo shaid se inmola con su racimo de inocentes. Uno de esos mártires que Arafat ha reivindicado, apuntándose a la cola para seguir su ejemplo.

Cada día sabemos algún dato más de esa gran mentira integrista ante la que la diplomacia europea se muestra cegata e ignorante. Por ejemplo, la Liga Árabe tiene una Comisión, que preside el corrupto y autoritario monarca marroquí, para revindicar Jerusalén como capital palestina, en exclusiva. Una postura muy negociadora, como se ve, basada en una leyenda sobre el profeta, que primero hacía rezar hacia Jerusalén, pero al ser rechazado por las tribus judías de Arabia, pasó a orientar los rezos hacia la Meca, que antes era un antro de perdición politeísta.

Al tiempo, persiste la apología del terrorismo que es norma en la televisión pública, con el respaldo de González Ferrari, Pío Cabanillas y José María Aznar. Interpretación de urgencia del atentado en el mercado de Jerusalén: demuestra el fracaso de Sharon porque el objetivo de la operación militar era acabar con estos atentados. La interpretación clásica de los terroristas: el asesinato no quita la razón, sino que la da.

La cuestión es que, financiados por las petromonarquías, una buena parte de los palestinos han oscilado hacia el integrismo, cuya arma es el terrorismo y su finalidad, el genocidio de los israelitas (se mata también a los moderados acusados de “colaboracionismo”). La cuestión es que Arafat creyó utilizar ese potencial de violencia en su propio beneficio y ha terminado siendo rehén de ese proceso. La cuestión es que la UE cree que el terrorismo es malo, salvo cuando se matan judíos. Y la cuestión es que estos no están dispuestos a ir a un nuevo holocausto en aras de lo políticamente correcto.

Si la comunidad internacional saliera de su hipocresía, si de verdad quisiera comprometerse, tendría que enviar una fuerza de interposición, cuyo primer objetivo habría de ser evitar el terrorismo. Pero vivimos en unos tiempos en los que el relativismo moral ha suplantado al humanitarismo, y la retórica beata a los principios éticos absolutos, uno de los más claros: no hay ningún terrorismo bueno, todos son el mal absoluto.

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