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La detención de un nuevo grupo terrorista en Madrid se produce en un tiempo récord, después de los atentados con coche bomba en la sede central de Repsol-YPF y en plenas semifinales de la Copa de Europa. Indica de nuevo que se han acortado, de manera sustancial, los plazos entre la organización de un comando y su detención. No es sólo por la impericia de los nuevos elementos de la banda, pues en este caso se trata de matones experimentados e incluso históricos, sino de un mayor perfeccionamiento de las labores policiales, con un conocimiento más ajustado de los operativos. Sí es verdad, con todo, que los medios policiales detectan una gran cantidad de fallos en los etarras.

La eficacia policial –Guardia Civil y Policía Nacional han coordinado sus esfuerzos, tras seguir pistas fiables paralelas– es el mejor antídoto contra el terrorismo. La solución policial, de hecho, es la única posible, cuando se trata del mundo del delito o el hampa terrorista. En ese sentido, es clamorosa la distancia entre los éxitos policiales de las Fuerzas de Seguridad del Estado –uno de los etarras detenidos en Madrid había asesinado a dos ertzainas– y la inhibición que Ibarretxe impone a una policía autonómica cuyas funciones son, a día de hoy, esotéricas.