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Enrique de Diego

La hora de las soluciones

Pues no, Europa no se ha acostado bipartidista y se ha despertado fascista. El esquema no sirve para Holanda. Y es preciso, en todo caso, dar una explicación convincente a que los votantes del PC huyen hacia Le Pen o huyeran los de la socialdemocracia hacia Haider, porque la democracia cristiana, mal que bien, resiste y aún gobierna con el diablo en Austria. Este voto a la extrema derecha es la señal inequívoca de una rebelión de los electores contra los paradigmas de lo políticamente correcto. Parafraseando a Ortega, incluso en su altivo desdén aristocrático, estaríamos ante una rebelión de las masas contra sus elites, que las reconvienen de continuo con elevados criterios morales, con lenguajes clericales, para que no se desvíen del camino y, sin embargo, se despeñan por el vicio en cantidades ya muy preocupantes. Es más, son más los que se desvían de los que siguen la recta doctrina, que, sea dicho de paso, se repite sin cesar. ¡Nunca ha tenido más altavoces!

Los mensajes de no pasarán sirven de poco cuando ya han pasado, y las explicaciones de que no hay fallos en el esquema, sino inmundicia en la naturaleza humana, empiezan a no resolver nada cuando los diablos eran hasta hace dos días los más fieles de la parroquia. Primer fallo y muy grave: a todo se le llama extremaderecha, así que, al final, la gente termina por no tener miedo al lobo. Se ha llamado extremaderecha al liberalismo, al neoliberalismo, al liberalismo salvaje y al capitalismo. Bush es de extremaderecha. E incluso aspectos casi, o sin casi, de sentido común son tildados de extremaderecha. Como está prohibido discernir, ¿por qué quejarse después por la confusión? ¿Cabrá situar a Aznar en la extremaderecha porque ha hablado de romper “la dictadura de lo políticamente correcto”? ¿Es un lepenista, como ha dicho Caldera, Mariano Rajoy al decir que un exceso de inmigración produce marginalidad y delincuencia? ¿Es de extremaderecha exigir al Estado, que se mete en todo, que cumpla sus funciones básicas, y al margen de monsergas, asegure la seguridad ciudadana? Pero, hombre, si la seguridad ciudadana es el mínimo democrático. Para eso pagan los impuestos los contribuyentes.

No, los electores europeos no se han vuelto, de la noche a la mañana, fascistas, ni tan siquiera por los temores del 11 de septiembre. Los electores de Europa están dando un voto de castigo a los partidos tradicionales. Más exactamente: lo están dando los electores de izquierdas. Dijo un triste Lionel Jospin que no había sabido transmitir bien su mensaje. Pero ¿no es lo propio de la democracia escuchar el mensaje de los electores, no imponerles uno? Los franceses votaron a un personaje tan poco seductor a Le Pen como un grito de auxilio. Voto de cabreo. Porque los europeos están votando contra sus profesores, sus clérigos y sus periodistas. O cambian los unos o cambian los otros, pero son éstos los que están demostrando escaso éxito.

Los europeos no quieren acabar con la democracia, ni con las elecciones, ni sueñan –no aquí ni ahora– con campos de exterminio. Son los mismos europeos que se opusieron al genocidio bosnio. Están pidiendo soluciones y los partidos, en los que han pagado sus cuotas y a los que han votado tradicionalmente, no les escuchan y les dicen que se callen. Están rechazando las censuras y los dogmas, y quizás lo están haciendo de manera equivocada, pero porque en un análisis coste-beneficio saben que la extremaderecha real, la fascista auténtica, a la que, sin embargo, votan, no puede gobernar, porque, en otro caso, saldrían en desbandada.

Pero quieren soluciones para su barrio, para la inseguridad de sus calles. Quieren, en medio de una etapa de prosperidad, que se revitalice el Estado de Derecho. La mayoría son políticamente incorrectos, desde luego, pero no fascistas. Y, aunque esté prohibido discernir, es preciso hacerlo, para evitar tragedias futuras, a las que contribuyen más que nadie los que, en vez de someter a crítica sus falsas morales, se empeñan en amordazar el debate y se dedican a incrementar los anatemas a medida que se les hace cada vez menos caso. La democracia es debate y crítica. Y de ahí cabe deducir que lo políticamente correcto, tan censor, es antidemocrático. Es otra forma de fascismo. Es lo que está provocando este fascismo, aunque se les esté yendo de las manos.

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