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Julio Cirino

Tiempo de secuestros

Buenos Aires, para quienes no la conocen, es muy parecida a Madrid; no solamente en su arquitectura, sino en sus costumbres y formas de vida; no existen las “tapas” pero la gente solía salir a caminar, a los espectáculos, restaurantes y cafés que pueblan la ciudad. Ahora, en medio de la peor crisis que recuerda nuestra historia, a la situación financiera, se le viene a sumar el miedo como uno de los componentes más importantes de nuestra vida cotidiana. Miedo e incertidumbre; no ya por perder el trabajo, o no encontrar otro, o por ser nuevamente robado por el Estado ladrón, miedo a caer enfermo o miedo a hacerse viejo. A todo esto se suma ahora algo nuevo; el miedo a ser víctima de un secuestro.

Si, a ser secuestrado. Como en Colombia o en San Pablo (Brasil) los índices de crecimiento de los secuestros muestran un crecimiento exponencial a partir del año 2000. En el presente año, en la ciudad de Buenos Aires y sus alrededores se produce un secuestro cada 36 horas, en el primer cuatrimestre se denunciaron, en la ciudad de Buenos Aires, no menos de 44 casos. La cifra, a primera vista no parece muy importante. Sin embargo, deberíamos tomar en cuenta que el índice de “denuncias” de los casos de secuestro no supera al 25% del total de los hechos.

Los índices de actividad de la delincuencia común, ya venían en una curva creciente desde hace unos tres años. Una de las modalidades más comunes consistía en el “paseo” por los cajeros automáticos. La víctima era subida a un coche o los delincuentes se apropiaban del suyo y a más de robarle cuanto tuviere de valor encima, recorrían cajeros automáticos hasta vaciar todas las cuentas que les fueran posibles. Se conocen además casos donde la familia entera es secuestrada, la mujer y los niños son trasladados a un “aguantadero” dentro de una villa de emergencia y el esposo es obligado a recorrer los bancos retirando el dinero para poder recuperar a su familia.

Con la instauración del “corralito” financiero, la devaluación, los sucesivos feriados bancarios y los límites para el retiro de fondos, a más de las eternas filas en los bancos, la modalidad de la delincuencia se adaptó a las nuevas circunstancias. Ya no tenía sentido recorrer cajeros automáticos, ahora muchas veces sin dinero, para en el mejor de los casos obtener un botín de 70 o 100 dólares.

El secuestro extorsivo como modalidad delictiva no es ciertamente algo nuevo, sin embargo de trata de un delito que aún el hampa califica como “pesado”, no era algo para delincuentes primerizos, por el contrario se trataba (y aún se trata) de bandas organizadas que, en términos generales, escogían a sus víctimas con cuidado. No solo realizaban un trabajo previo averiguando sus costumbres, horarios, recorridos etc, sino que además trataban de tener una noción ajustada de su capacidad de pago; pero además estas bandas cuentan con una infraestructura importante, vehículos, armas, comunicaciones, casas seguras para poder mantener a su víctima con vida durante el tiempo necesario para concluir la negociación e incluso, en algunas oportunidades, han tenido relación con las fuerzas policiales, lo que les permite tener información “desde adentro”.

Estos casos, si bien se constituían en tapa de los periódicos cuando llegaban a conocimiento de los medios, no solo no eran frecuentes, sino que no producían alarma entre la población en general que no se sentía victima potencial de este delito. Por el contrario lo que esta sucediendo hoy es la propagación de un fenómeno nuevo para Argentina, que sin embargo ya se conoce en Brasil (Río de Janeiro y San Pablo) y en Colombia donde se le bautizó con el nombre de “pescas milagrosas” y si bien en cada lugar tiene características que le son propias, en todos lados su aparición aumenta el miedo y el sentimiento de desprotección en amplios sectores de la ciudadanía.

En Buenos Aires la modalidad se conoce como “secuestro express” o también secuestro “al voleo”; los perpetradores son grupos jóvenes (muchas veces integrados por menores de edad) las más de las veces provenientes de la marginalidad social. Operan en bandas de cuatro o cinco individuos y si bien existen zonas calientes en la capital y sus alrededores, no hay barrios que puedan considerarse a salvo, lo que extiende la psicosis. Algunas veces abordan a sus víctimas cuando se detienen en una luz de tránsito; otras veces chocan su auto desde atrás en un pretendido accidente; en algunos casos atacan por sorpresa en las puertas de los garajes o los domicilios y en otros simplemente le cruzan un par de coches robados en la vía pública. Normalmente armados con armas automáticas y dispuestos a utilizarlas sin dudar, suelen valerse de los teléfonos celulares de sus víctimas para hacerles llamar a las familias y exigir el rescate, amenazando además con la vida del secuestrado en caso de informar a la policía. Mientras los familiares procuran desesperadamente negociar el monto del rescate y reunir el dinero bajo constante presión, el secuestrado es mantenido en movimiento o bien ocultado por unas horas en alguna construcción precaria. Para los delincuentes el secreto estriba en la velocidad más que en el “monto” del rescate, no es tanto “cuanto” quieren sino que lo quieren en efectivo y de inmediato.

La policía, sin personal capacitado y sin equipo para la interceptación de comunicaciones celulares digitales carece de la capacidad de reacción y de la flexibilidad operativa para hacer frente a esta amenaza que se extiende como una mancha negra por toda la ciudad. Se crean así verdaderos estados psicóticos colectivos, donde es muy difícil distinguir la realidad de la “leyenda urbana”; así en las últimas horas se habla vagamente de escolares secuestrados y padres forzados a hacer un “pozo” de 1.000 dólares cada uno para recuperar a sus hijos. ¿Es esto cierto? Imposible confirmarlo o desmentirlo, pero en la Argentina agónica todos los rumores aún los mas disparatados parecen cobrar vida propia ante la impávida ineficiencia de las autoridades.

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