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Enrique de Diego

Sin pistolas, no son nadie

Hay imágenes que sí valen más que mil palabras. En las más recientes, están las de la Ertzaintza cumpliendo con la legalidad, cerrando y precintando las sedes de Batasuna. También el escaso eco de las llamadas de los ya etarras –el auto de Garzón es claro al señalar la total identidad entre Batasuna y Eta– a la defensa de sus sedes: unas pocas decenas, arropando a sus dirigentes, quienes, curiosamente, todavía están en la calle y dando ruedas de prensa.

El resumen más claro es que sin pistolas no son nadie. Sin matar, como cobardes, por la espalda, sin accionar a distancia el explosivo del coche-bomba, los batasunos no son nadie. Se alimentan del miedo y medran gracias a él, pero ante la fortaleza son tigres de papel mojado. Darían pena si no fueran presuntos patentes asesinos, que se alegran y festejan las muertes de víctimas inocentes, incluidas niñas de seis años, sorprendidas mientras bailan el Aserejé.

Es la insoportable levedad de Otegi y los matones verbales de Batasuna lo que queda en la retina como resumen de estos días, cuando se ilegalizó a Batasuna con una normalidad que quizás rompan los etarras, pero que en sí no ha revestido más importancia que desalojar a unos cuantos okupas de la democracia.

Ante la prudencia y la fortaleza del Estado de Derecho, no son nadie. Piltrafillas.