El día de la toma de posesión del gobierno de Alvaro Uribe, las FARC atacaron con cohetes el palacio presidencial, matando a 19 civiles en los barrios cercanos. Así quedó claro el fracaso de los tres años de la “ofensiva de paz” del presidente saliente, Andrés Pastrana.
A pesar de las promesas del presidente Bush de tomar más en serio a América Latina, no lo ha hecho y ojalá que esos sucesos del 7 de agosto en Bogotá logren que el presidente de Estados Unidos enfoque seriamente los problemas hemisféricos.
Estados Unidos tiene que involucrarse en la guerra civil colombiana por tratarse de un país con una situación estratégica entre América Central y América del Sur. El caos colombiano afecta a toda la región, y el 90% de la cocaína que se vende en Estados Unidos proviene de o pasa por Colombia.
Muchos norteamericanos llevan décadas consumiendo drogas. Washington, al declarar ilegal el consumo de drogas, disparó las ganancias de ese comercio. Muchos colombianos, desde los cabecillas de los cárteles hasta los campesinos que cultivan coca, se han beneficiado de la ilegalización del consumo, pero el resto del país ha sufrido las terribles consecuencias: asesinatos, secuestros, gente desplazada, desempleo, emigración, corrupción masiva y el deterioro de sus ya débiles instituciones democráticas.
El único remedio definitivo reside en alguna forma de legalización para acabar con las inmensas utilidades generadas por el narcotráfico. Pero como los políticos en Washington no parecen tener ni la sabiduría ni la valentía para hacerlo, tendremos por ahora que seguir encarando los síntomas.
Washington debe ayudar a Uribe en su plan de doblar el tamaño de las fuerzas armadas colombianas para enfrentar con decisión a las guerrillas. Y un mayor énfasis debe concentrarse en infiltrar a las guerrillas y eliminar a los cabecillas.
Pero esa es la parte fácil. Debemos también apoyar al presidente Uribe en la instrumentación de un plan integrado en la búsqueda de soluciones a graves problemas políticos y sociales, como reforzar el sistema de justicia y avanzar en la lucha contra la corrupción. Estos problemas específicos requieren gran concentración de esfuerzos y de financiamiento, al contrario de las vagas y dispersas propuestas del Plan Colombia del ex presidente Pastrana.
Washington ha comenzado a dar los primeros pasos en la dirección adecuada. Parte de la ayuda militar puede ahora ser utilizada contra los guerrilleros marxistas y contra los paramilitares. La inestabilidad colombiana se comienza a ver como parte de un problema regional. Algún apoyo económico se logrará a partir de octubre con las Preferencias Arancelarias Andinas y hay la esperanza que los más recientes ataques terroristas le hagan ver la realidad a la ingenua y deshonesta Unión Europea.
Las bombas de las FARC son un mensaje tanto para Bogotá como para Washington. Los políticos de Estados Unidos y los líderes democráticos de todo el mundo deben comprender las realidades del desafío terrorista contra las instituciones democráticas y gubernamentales de Colombia.
Indudablemente que la situación empeorará tanto en Colombia como en el resto del hemisferio en ausencia de un serio, claro y sostenido apoyo de Estados Unidos.
William Ratliff es académico de la Hoover Institution de la Universidad de Stanford y coautor de Law and Economics in Developing Countries.
© AIPE
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