La guerra preventiva como guerra justa en la era nuclear
Al margen de las críticas movidas por el antiamericanismo (es decir, por el odio a los valores occidentales, sentimiento muy profundo entre el pijerío intelectual), la más seria reconvención que se está haciendo a la voluntad de Bush de intervenir en Irak es que se trataría de una guerra preventiva, que quedaría fuera de la concepción clásica de guerra justa, tal y como se ha concebido durante siglos.
Una condición de la guerra justa, en la doctrina elaborada sobre todo en el marco del cristianismo, desde San Agustín, es que se trate de la respuesta a una agresión y que esa respuesta sea proporcionada. No es preciso decir las veces que, a lo largo de la historia, y también desde instancias cristianas o eclesiásticas, tales cuestiones han quedado en mera retórica. Las Cruzadas, sentidas tan manifiestamente como agresión y aventadas como tal por el integrismo islámico (el Islam se desarrolló a través de guerras agresivas consideradas sacrosantas o jihad), fueron, en la mentalidad de Urbano II, la respuesta a las agresiones sufridas, a manos del emergente poder turco, por los peregrinos a Tierra Santa.
No cabe conceder al Consejo de Seguridad, ni a la ONU como tal, la capacidad para establecer criterios morales, como si se tratara de una iglesia. La ONU, en cualquier caso, sería un equilibrio de poderes, que, algunos, a la vista de la experiencia, consideramos desfasado, superado, y basado en su praxis en un relativismo moral que, de manera habitual, tiene como finalidad expresa la crítica de los valores occidentales de libertad personal y libre empresa, como fue notorio en Durban y Johanesburgo. El multialteralismo, por utilizar un palabro de moda, se mueve en pautas de desarme moral, y ello es muy notorio en Europa, ente inconexo que ha delegado su seguridad en Estados Unidos, pero que, además, parece siempre timorata y dudosa a la hora de defender unos valores en los que vive pero que sus élites denuncian, con mejores modos pero con idéntico fervor a los integristas islámicos.
La intervención en Irak estaría moralmente justificada por la doctrina del tiranicidio y por la guerra justa.
a) Sadam Hussein no sólo ha practicado personalmente el asesinato político; no sólo ha hecho de él y del amedrantamiento una forma de control de la sociedad, además ha masacrado con antrax poblaciones civiles enteras, tanto de aldeas kurdas como chiíes;
b) La intervención en Irak es en buena medida la culminación de la guerra del Golfo, que misteriosamente no se quiso acabar, manteniendo a Hussein en el poder. Por dos veces, el tirano ha sido agresor. Los que en su día criticamos el relativismo moral con el que terminó actuando la coalición internacional podemos entender que estamos ante la respuesta proporcionada, que pasaba y pasa por el derrocamiento del tirano.
c) La doctrina clásica de la guerra justa no da respuestas al panorama abierto por la aparición de la bomba atómica. Su utilización en Hiroshima y Nagasaki no planteó ningún dilema moral. Los norteamericanos cifraron en cerca de un millón las bajas que tendrían en caso de una invasión, a la que el pueblo nipón estaba dispuesto a responder hasta el último hombre. Pero resulta obvio que no existe respuesta proporcionada a la guerra nuclear. No entra en la lógica, sino en el estricto absurdo, que se pretenda que Estados Unidos espere a recibir un impacto nuclear en Nueva York o Washington para estar legitimado para la respuesta.
Parece sensato considerar que la guerra preventiva puede ser justa cuando se trata de evitar el riesgo máximo o el mal absoluto de la guerra nuclear, si existe la certeza moral (Ana de Palacio lo llama “indicios”) de que un tirano desaprensivo intentar dotarse de ella para utilizarla. Bush, el denostado por tanta lumbrera europea, está en este punto mucho más entrado en razón, ayudado por la trágica experiencia del 11 de septiembre. Cuando en España decimos que, frente al terrorismo, hay que tener una estrategia agresiva, ¿a qué nos referimos?
Al margen de las críticas movidas por el antiamericanismo (es decir, por el odio a los valores occidentales, sentimiento muy profundo entre el pijerío intelectual), la más seria reconvención que se está haciendo a la voluntad de Bush de intervenir en Irak es que se trataría de una guerra preventiva, que quedaría fuera de la concepción clásica de guerra justa, tal y como se ha concebido durante siglos.
Una condición de la guerra justa, en la doctrina elaborada sobre todo en el marco del cristianismo, desde San Agustín, es que se trate de la respuesta a una agresión y que esa respuesta sea proporcionada. No es preciso decir las veces que, a lo largo de la historia, y también desde instancias cristianas o eclesiásticas, tales cuestiones han quedado en mera retórica. Las Cruzadas, sentidas tan manifiestamente como agresión y aventadas como tal por el integrismo islámico (el Islam se desarrolló a través de guerras agresivas consideradas sacrosantas o jihad), fueron, en la mentalidad de Urbano II, la respuesta a las agresiones sufridas, a manos del emergente poder turco, por los peregrinos a Tierra Santa.
No cabe conceder al Consejo de Seguridad, ni a la ONU como tal, la capacidad para establecer criterios morales, como si se tratara de una iglesia. La ONU, en cualquier caso, sería un equilibrio de poderes, que, algunos, a la vista de la experiencia, consideramos desfasado, superado, y basado en su praxis en un relativismo moral que, de manera habitual, tiene como finalidad expresa la crítica de los valores occidentales de libertad personal y libre empresa, como fue notorio en Durban y Johanesburgo. El multialteralismo, por utilizar un palabro de moda, se mueve en pautas de desarme moral, y ello es muy notorio en Europa, ente inconexo que ha delegado su seguridad en Estados Unidos, pero que, además, parece siempre timorata y dudosa a la hora de defender unos valores en los que vive pero que sus élites denuncian, con mejores modos pero con idéntico fervor a los integristas islámicos.
La intervención en Irak estaría moralmente justificada por la doctrina del tiranicidio y por la guerra justa.
a) Sadam Hussein no sólo ha practicado personalmente el asesinato político; no sólo ha hecho de él y del amedrantamiento una forma de control de la sociedad, además ha masacrado con antrax poblaciones civiles enteras, tanto de aldeas kurdas como chiíes;
b) La intervención en Irak es en buena medida la culminación de la guerra del Golfo, que misteriosamente no se quiso acabar, manteniendo a Hussein en el poder. Por dos veces, el tirano ha sido agresor. Los que en su día criticamos el relativismo moral con el que terminó actuando la coalición internacional podemos entender que estamos ante la respuesta proporcionada, que pasaba y pasa por el derrocamiento del tirano.
c) La doctrina clásica de la guerra justa no da respuestas al panorama abierto por la aparición de la bomba atómica. Su utilización en Hiroshima y Nagasaki no planteó ningún dilema moral. Los norteamericanos cifraron en cerca de un millón las bajas que tendrían en caso de una invasión, a la que el pueblo nipón estaba dispuesto a responder hasta el último hombre. Pero resulta obvio que no existe respuesta proporcionada a la guerra nuclear. No entra en la lógica, sino en el estricto absurdo, que se pretenda que Estados Unidos espere a recibir un impacto nuclear en Nueva York o Washington para estar legitimado para la respuesta.
Parece sensato considerar que la guerra preventiva puede ser justa cuando se trata de evitar el riesgo máximo o el mal absoluto de la guerra nuclear, si existe la certeza moral (Ana de Palacio lo llama “indicios”) de que un tirano desaprensivo intentar dotarse de ella para utilizarla. Bush, el denostado por tanta lumbrera europea, está en este punto mucho más entrado en razón, ayudado por la trágica experiencia del 11 de septiembre. Cuando en España decimos que, frente al terrorismo, hay que tener una estrategia agresiva, ¿a qué nos referimos?