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Es imposible que un Gobierno salga bien de una catástrofe. Antaño, las catástrofes naturales eran entendidas como castigos de Dios, como manifestación de su omnipotencia por los pecados de los hombres, y daban lugar a grandes predicaciones, penitencias y conversiones. Luego pasó a considerarse que, sucediera lo que sucediera, era culpa del Gobierno. Los italianos acuñaron la explícita y significativa frase de porco governo para plasmar esa idea. La del “Prestige” no es una catástrofe natural, pero lo parece en sus efectos. Las catástrofes no dan lugar hoy a mortificaciones para alejar la ira divina, sino que conllevan un aluvión de subvenciones.

Estos aspectos metafísicos, de intrínseca relación con la misma esencia del poder, suelen tenerlas muy en cuenta los políticos, para ser los primeros en aparecer, mostrando cercanía a los damnificados. Tal resorte le resultó muy rentable a Gerhard Schroeder en las inundaciones alemanas. Y el contrario, muy perjudicial a la corrupta clase política turca, cuando los terremotos. Podría considerarse que en el Gobierno de la nación, con la sucesión al fondo, algunos pudieron temer que el fuel les salpicara si tomaban las riendas del asunto, pero la impresión de las fuentes gubernamentales es que ha fallado la coordinación, algo que era recurrente antes de los relevos ministeriales de julio. De hecho, para evitarlo se hizo la crisis. Un comentario generalizado en los ámbitos del Gobierno es que como la cuestión afectaba a varios ministerios, ninguno movió ficha en el fin de semana de parálisis, al menos, aparente. A Mariano Rajoy le tocaba por portavoz, por vicepresidente primero y por gallego. Pero seguramente todo se debe a la concentración de poder de José María Aznar, y a la primacía de lo internacional sobre lo nacional en este tramo final de su mandato.

Bien está que empiecen a pedir disculpas. Ello representa una cura de humildad que debía haberse dado antes de la catástrofe del Prestige. Y en ese punto el barco basura, con su fuel, ha mostrado carencias anteriores: la tendencia de los ministros a no tomar iniciativas propias, la presidencial a situarse en la mejor de las posiciones posibles y no en la peor (un efecto perverso del “España va bien”). Sistemáticamente se ha dicho que no iba a pasar lo que luego ha pasado, perdiendo credibilidad. Desde el principio se debía haber creado una comisión de técnicos. Ello no es óbice para que en todo, y sobre todo en la oposición socialista, se vea un punto de desmesura y dos de demagogia, y que, a la postre, pueda sospecharse que se esté dando un balón de oxígeno al Bloque Nacionalista Galego, algo que perjudica sobre todo al PSOE. Suele decir Aznar últimamente que una cosa es predicar y otra dar trigo. Trigo a manos llenas es lo que anuncia, pero en política también hay que predicar.

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