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Alberto Míguez

La bomba del "gran líder"

Corea del Norte es el reino del espanto, una mezcla de despotismo oriental, estalinismo arcaico y fascismo kafkiano. No se sabe muy bien quién manda de verdad en este lugar sin límites. Hay quien dice que en realidad no es el “gran líder” y “gran doctor”, Kim Song Il, hijo del fundador de la dinastía, Kim Il Sung, sino sus generales, todos ellos ancianos, educados en la escuela de la guerra fría, miembros de una extraña y secreta hermandad cuyo principio es la “autosuficiencia” y la austeridad. O, si se prefiere, el “juche”, la teoría excelsa de Kim padre, cuya momia preside todas las conmemoraciones nacionales y ante la cual los embajadores depositan sus cartas credenciales.

Si la comunidad internacional no lo impide, este año morirán en Corea del Norte varios cientos de miles de personas por hambre y frío, en su mayoría mujeres, ancianos y niños. Dos millones necesitan ayuda urgente. El problema es llegar hasta ellos: no hay vehículos, almacenes, combustible, infraestructuras elementales para la entrega y la distribución. Además, un porcentaje considerable de organizaciones humanitarias privadas e internacionales se han retirado del país ante la imposibilidad manifiesta de controlar la ayuda y evitar que sean los militares y policías quienes la administren a su arbitrio.

En este ambiente de desesperación, extrema necesidad y nacionalismo agresivo se desarrolla la crisis actual. El emperador Kim parece decidido a darle una lección “a los imperialistas” (es decir, a Estados Unidos) rompiendo sus compromisos del acuerdo atómico firmado con los USA y quiere ir más allá: está dispuesto incluso a denunciar el TNP (Tratado de No Proliferación) porque considera que su panoplia nuclear —modesta, pero peligrosa en manos de un irresponsable— constituye su mejor arma para conseguir los alimentos y el combustible que la población necesita para sobrevivir.

El secretario de Estado americano acaba de tranquilizar a la opinión pública internacional asegurando que la negociación con el régimen norcoreano es todavía posible y que se descarta por ahora cualquier ataque masivo contra el último país estalinista del planeta. Buenas y malas noticias, según se mire. El nuevo presidente de Corea del Sur coincide con la política definida por Collin Powell y acaba de admitir que no hay otra salida que negociar con Kim y sus generales para evitar lo peor. Si finalmente la cúpula dirigente norcoreana se sale con la suya y consigue los alimentos y el combustible gracias a sus amenazas atómicas el ejemplo sería pésimo porque pondría de manifiesto la letal capacidad de chantaje que cualquier país con utilería militar atómica —o que dice poseerla— tendría sobre la comunidad internacional. Es poco probable que China y Rusia —países supuestamente amigos de Corea del Norte y sus valedores internacionales— puedan calmar al “gran líder” que juega con su bomba como los matones del Oeste lo hacía con el colt. Seguramente ni les interesa ni pueden.

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