Menú

Los lectores más jóvenes de Libertad Digital, que son mayoría, no pueden recordar y en clase no les contarán que antaño, cuando en España existía una enseñanza pública de calidad, era obligado superar un examen de reválida al terminar el Bachillerato Elemental (cuatro años) y otro al concluir el Superior (dos años más), antes del Preuniversitario o COU. Luego, había exámenes de selectividad por Facultades, algo más duros que ahora y algo más racionales —creo yo— que los multiusos de hoy. Pero Rajoy seguro que se acuerda de la reválida. O de las reválidas. Creo que fue muy buen estudiante y supongo que las superaría con holgura, aunque con el apuro natural.

Las dos reválidas que le esperan antes del examen definitivo de las elecciones de marzo son también duras, especialmente la primera, que es la de Madrid. En las elecciones de Cataluña se espera poco del PP, y más bien el que se presentará a la reválida será Zapatero. Pero en Madrid se pone por primera vez a prueba el liderazgo de Rajoy, que —a diferencia del de Aznar— está lógicamente fundamentado en la solidez del partido y en la coherencia programática, más que en el tirón carismático de un líder por estrenar. Todo puede llegar, porque si hace quince años nos dicen que íbamos a hablar alguna vez del carisma de Aznar , nos hubiera dado la risa, y ahí está. Si Rajoy gana, se volverá no sólo carismático sino hasta milagroso. Con solo el dedo índice, el de tú, curará por unos años la enfermedad de la ambición, siempre gravísima y, en muchos casos, incurable.

Pero lo de Madrid es de una facilidad engañosa. Está ahora tan equilibrado el voto de izquierda y derecha en la Comunidad de Madrid que sólo por la mínima o por desistimiento del adversario se consigue la victoria. Y el PP, después de ganar holgadamente pero de no lograr por unos pocos miles de votos la mayoría absoluta, se enfrenta en la repetición de las elecciones a dos fantasmas: el del triunfo descontado que desmovilizaría su voto y el de la reacción de la izquierda ante su cantada derrota, que le permitiría repetir los resultados y, siempre por un puñado de votos, ganar. Pero, al final, en las elecciones sucede como en el ciclismo, tan caro a Don Mariano: sólo uno puede ganar la etapa, aunque sea al sprint. Y del equipo del ganador será el triunfo, no del que más se haya lucido en la etapa. Cuando coordinaba las campañas de Aznar, era éste el que al final ganaba o perdía. Ahora, será Esperanza Aguirre pero también Mariano Rajoy quienes ganen o pierdan. Y Madrid, aunque no imprescindible, es necesario para encarrilar su campaña presidencial. Esa en la que, para variar, sólo contará la victoria.

En España

    0
    comentarios