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Agapito Maestre

Universalidad frente a excepcionalidad

Lejos de mí defender cualquier tipo de excepcionalidad cultural y, sobre todo, tratándose de cultura española. Porque defiendo la afirmación cultural, cuestiono cualquier posible ley de excepcionalidad acerca de la cultura española. He aquí un par de argumentos a favor de esta tesis. Primero, soy de la opinión que no todo comercio es cultura, pero sin el primero la segunda puede morir de aburrimiento. Las burocracias culturales terminan matando la genuina cultura, porque quieren sacarla de la lógica del comercio. Acaso por eso, cuando alguien intenta apartar la cultura de los caminos del comercio y la comunicación, me pongo en guardia. La cultura moderna no tiene otro aval que ella misma para triunfar en el mercado. Y porque es esencial a la cultura de la modernidad rechazar las mediaciones tradicionales para hacerse un hueco en el mercado, desconfío de todas las formas de clericalismo que tratan de resguardar a la cultura del comercio. El comercio y la cultura siempre han estado juntos. Es falso suponer que el comercio no es noble. Ahí está el dios Hermes: inventor de la comunicación y la lira y dios del comercio.
 
Hay, en segundo lugar, otra razón, y quizá más importante que la anterior, para poner entre paréntesis la efectividad de una posible ley de excepcionalidad cultural, que pudiera apoyar y proteger nuestra cultura en la sociedad de mercado. Me refiero al carácter absolutamente moderno de la cultura de lengua española. Ésta no es una excepción en el diálogo universal de las culturas. Al contrario, nuestra cultura española, que es primero cultura nacional, más tarde cultura hispanoamericana, y finalmente cultura internacional, es un modo, a veces grandioso y privilegiado, de universalizar la cultura occidental. Porque la cultura de lengua española, como ha visto el poeta y ensayista mexicano Gabriel Zaid, cuestiona la cultura occidental, la replantea, la critica, pretende cambiar el curso de su conversación, modificar la agenda, e incluso interrumpir como participante el diálogo cultural, exige no excepcionalidad, no sólo admiración, sino voz y voto relevante.
 
Nada de leyes y burocracias para encerrar entre rejas lo que es libre y universal. Nada de reducir nuestra cultura a cosa administrativa, incluso de un Estado, para que sea adorada y admirada por castas especializadas. Nada de eso es bueno para la cultura de lengua española. La admiración es sólo un asunto reservado para la cultura francesa en retirada permanente desde la Segunda Guerra Mundial hasta hoy. Y, precisamente, porque la cultura española no es una excepción de la cultura universal, sino canon y medida de cultura, tenemos el privilegio de ser una lengua internacional. Privilegio casi único, porque lo compartimos con el inglés. Quizá por eso, la cultura española no necesita en modo alguno una ley de excepcionalidad cultural, sino políticas de afirmación, coordinación y vertebración de sus propias tradiciones para poder hacerse más fuerte en el mercado y el comercio mundial.
 
En fin, muy al contrario de lo mantenido por los tópicos y las leyendas negras, la cultura española nació moderna. No necesitaba de administradores de su bondad y veracidad. Las mediaciones tradicionales fueron rechazadas. El Quijote se revelaba a sus lectores sin necesidad de hombres “cultos”. Las instituciones administradoras del sentido último de la obra, los comentaristas y expertos en la obra de Cervantes, es cosa posterior e incluso más reciente. El mismo Cervantes fue consciente de la importancia de su obra. El éxito de la misma fue inmediato. Él lo sabía, más aún todos querían plagiarlo, pero el único creador fue Cervantes. Pues eso, que todos quieren plagiar la cultura de lengua española, pero sólo hay una original: la cultura de Hispanoamérica, la cultura de las Españas.
 

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