Casi cinco semanas ha estado ausente de la escena pública la ministra de Cultura. Nadie sabe dónde estuvo la ministra. Nadie deja de preguntarse en las tertulias madrileñas: "¿Qué fue de la ministra durante tantos días?". Si consigues averiguarlo, me dice mi amigo por teléfono, obtendrás el mayor de los éxitos periodísticos. Podrás retirarte a escribir sin más condicionamientos que los derivados de tu inteligencia. Serás un elegido en el olimpo de los sabios. Los investigadores te convertirán en el espejo de su profesión. Los ciudadanos te respetarán porque has hecho público lo que estaba velado. Me quedo estupefacto por la noticia, pero sobre todo me siento sorprendido por la vehemencia de mi interlocutor.
Es necesario, me insiste, que averigües dónde ha estado la ministra. Tú la conoces. Tú te has carteado con ella. Tú sabes bien lo mucho que disfruta hablando en público –y en privado, digo para mis adentros–. Tú envuelta sabiduría, me reitera mi amigo, debe descubrir la verdad sobre la ausencia de la ministra. Todo el mundo quiere saber. Queremos la verdad. Porque hasta ahora, se despide mi amigo con ánimo espídico, todo han sido especulaciones. Aproximaciones sin sentido. Falso es de toda falsedad, me grita al teléfono, que haya abandonado el foro público durante tantos días para someterse a una operación de cirugía estética. Es demasiado joven y bella para tales concesiones a la sociedad del espectáculo. Falso es de toda falsedad, me susurra mi amigo, que haya sufrido alguna dolencia sin avisar a sus seguidores. Es demasiado inteligente para cometer esa frivolidad. Y falso es de toda falsedad, dice mi amigo despidiéndose, que haya hecho una promesa de silencio a quien no se le conoce más ramalazo místico que oír rock duro en directo con chupa de cuero.
Eran las doce de la noche más o menos cuando me llamó mi amigo para contarme el desasosiego que había producido entre los profesionales del espacio público la desaparición de la ministra. Yo me recuperaba del cansancio de un largo viaje de más un mes. Además, la fiebre y la gripe no me permitieron reaccionar con justeza a sus disquisiciones. Sólo alcancé a decirle que era todo muy curioso, pero que no entendía porqué tenía que ser yo quién investigase la desaparición... Cuando colgó el teléfono, intenté sobreponerme de la extraña reacción de mi amigo, pero pasé toda la noche sin dormir. Entre estornudos y tiritones al llegar el amanecer caí rendido por el cansancio. Incluso pude soñar la desaparición de la ministra, en Rosario, y su aparición durante el Cervantes, en Madrid. El sueño duró poco, pero fue gratificante. Durante ese tiempo de ausencia pública todo fue bello para la ministra...