Siempre me ha llamado la atención la manera que tienen de quitar importancia a las cosas aquellos que no quieren que éstas ocurran. Cuando se inició el auge del peer-to-peer, muchos analistas se lanzaron a decir que en realidad, la cosa no tenía gran importancia, porque únicamente sectores marginales de usuarios optarían por llevar a cabo un comportamiento que podía ser constitutivo de delito. También dijeron que era cosa de techies, que aún había pocos usuarios de Internet y menos de banda ancha, que no funcionaría porque no era cómodo, que había que pasarse horas esperando para descargarse una canción que muchas veces estaba incompleta, grabada con escasa calidad o no era lo que decía ser, y que esto era completamente inaceptable. Que el impacto del fenómeno sería meramente anecdótico. Sin embargo, el P2P se convirtió en uno de los fenómenos de difusión tecnológica más fulgurantes de la historia de la tecnología, alcanzando a más de ochenta millones de usuarios en tan sólo dos meses, y sacudiendo duramente los cimientos de la industria de los contenidos. El P2P ha cambiado la forma en que conseguimos nuestra música: ahora, basta con escuchar algo que te gusta y acudir a tu ordenador para conseguirlo de manera inmediata. Algo que la industria a duras penas empieza a aproximarse a conseguir. De no haber sido por el P2P, el 85% de las canciones editadas en la historia de la música seguirían sin estar disponibles comercialmente, seguiríamos teniendo que comprar las canciones en lotes de diez o doce cuando sólo nos interesaba una, y aún tendríamos que esperar a que abriesen las tiendas al día siguiente para intentar conseguir esa canción que escuchamos el domingo por la mañana. A ese tipo de mejoras creo que se les suele llamar progreso.
Ahora, cuando nos encontramos en los albores de la popularización de otra de esas tecnologías conocidas como “disruptivas”, la voz sobre IP, el fenómeno vuelve a repetirse. Empiezan a aparecer analistas de todo tipo y responsables de empresas de telecomunicaciones, y se dedican a predecir un futuro gris para una tecnología que consideran “inmadura” y “de escaso impacto”. Total, únicamente puede ser adoptada por el escaso porcentaje de usuarios con acceso a banda ancha… es claramente una cosa de “techies”. Además, está asociada a una imagen horrible y cutre de cosa barata y de baja calidad. Por supuesto, sólo interesa cuando se trata de llamadas de larga distancia, porque las otras ya son suficientemente baratas. Y además, no es gratis a no ser que llames a otro usuario de la compañía, y esos son cuatro gatos… En realidad, poco importa que no sean ni cuatro, ni gatos, sino más de sesenta millones de personas en todo el mundo. Ni que estas personas sean de todo tipo, lugar y condición en lugar de ser únicamente plebeyos miserables en busca de ahorrarse dos durillos, como nos quisieron hacer ver con el P2P. Que el responsable de telecomunicaciones de la Administración norteamericana haya dicho que “la voz sobre IP ha prendido fuego a una industria estancada” es, por supuesto, meramente anecdótico, y que Newsweek ilustre su portada con un teléfono lleno de telarañas no es más que una muestra de los desvaríos de algún reportero en busca de grandes titulares.
Sin embargo, y a pesar de los comentarios de analistas conservadores y de voces interesadas en el mantenimiento del actual status quo, las cosas no son así. Es importante fijarse no sólo en las situaciones, sino en su progresión. En realidad, las llamadas Skype-to-Skype pueden ser aún pocas, pero mantienen un crecimiento brutal y desmesurado. Los usuarios de banda ancha tal vez sean pocos, pero aumentan sin parar. El propio fenómeno, en realidad, se realimenta a sí mismo: la disponibilidad ilimitada de música y la posibilidad de llamar a larga distancia con tarifas razonables o gratuitamente suponen enormes estímulos para el desarrollo de la banda ancha. Cada vez son más los usuarios de ADSL y cable, y esos usuarios pasan rápidamente a engrosar las listas del P2P y de la voz sobre IP. Y no porque sean unos ladrones o unos cutres, sino simplemente porque es aplastantemente lógico que sea así. De puro sentido común, aunque a veces y en determinadas industrias este sea el menos común de los sentidos.
Gracias a Skype y a otros competidores del mercado de voz sobre IP, dentro de poco las llamadas locales serán gratuitas, las tarifas de larga distancia sufrirán un recorte muy considerable, y posiblemente las personas nos llamen a nosotros, a nuestro nombre, en lugar de hacerlo a un número determinado. Además, crecerá la difusión de la banda ancha, el número de usuarios de Internet, y mejorará el acceso a la información y a la cultura. A ese tipo de mejoras creo que se les suele llamar progreso. Y el progreso, aunque a algunos no les guste, es una cosa fenomenal.
Enrique Dans es profesor del Instituto de Empresa