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Agapito Maestre

La herencia totalitaria del PSOE

en el PSOE, y esto es lo más alarmante, pocos son los que puedan exhibir maneras cultas para ocultar sus calamitosos pasados y presentes opacos

El domingo compré la prensa en Sol. Al lado de la estatua del oso y el madroño, observé cómo montaban su “circo” los republicanos. Salí corriendo. No soportaba sus miradas resentidas. Caminé por Alcalá y, entre Sol y Cibeles, no pude dejar de pensar en la ignominia que contienen algunas consignas de ZP para “recuperar” esa trágica historia de la República. Quizá la más vomitiva de todas es la que lanzó por vez primera María Zambrano, cuando recibió el premio Príncipe de Asturias, y ahora repite ZP: “Tenemos un rey bastante republicano”. Es patética, porque, aparte de la falta de respeto hacia la institución de la monarquía, refleja un profundo desprecio por la tradición de la monarquía parlamentaria, que es el verdadero soporte de nuestra democracia.
 
En verdad, ese tipo de consignas revela algo más profundo; es como si los hijos de los totalitarios, más franquistas que socialistas, quisieran hacer la revolución que sus padres y abuelos dejaron a medias. Esto no es una apreciación sino una evidencia, especialmente dolorosa en el ámbito de la cultura. Esos hijos y nietos del totalitarismo, al final del franquismo, se colocaron en los partidos de la izquierda impidiendo la más que necesaria democratización de estas instancias clave de la vida política. Unos, pasaban por el PCE y acababan en el PSOE; otros, ingresaban directamente en el PSOE extraídos de Falange y el Frente de Juventudes; y así se fueron nutriendo las filas de la izquierda de los hijos y nietos del totalitarismo.
 
Nombres de estos arribistas hay a cientos, que todavía hoy viven persuadidos de que es necesario hacer la revolución para negar su pasado. Se equivocan; pues, aunque llaman comunista o socialista a esta revolución para borrar las huellas de su pasado, no podrán borrar de sus almas aquello que sus antepasados hicieron de modo constante y gustoso. El cuerpo no engaña. Y, al final, las propiedades y predilecciones de los antepasados son imborrables en sus descendientes. Es, como diría Nietzsche, el problema de la raza.
 
En cierto sentido, el desarrollo de la cultura y la educación no tenían otro objetivo que dulcificar y atemperar pasados poco gloriosos; más aún, como seguiría diciendo el implacable filósofo alemán, gracias a la ayuda de la mejor educación y la mejor cultura podrían engañarnos los malandrines socialistas acerca de su herencia. Sin embargo, en el PSOE, y esto es lo más alarmante, pocos son los que puedan exhibir maneras cultas para ocultar sus calamitosos pasados y presentes opacos. Por desgracia para ellos, y suerte para los demócratas, no lo conseguirán, porque, hoy, nadie en su sano juicio puede considerar suficientemente cultos y educados a gentes que están mordidos por la envidia mezquina de los mejores y el resentimiento hacia sus antepasados.

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