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Juan Carlos Girauta

De necias nociones nacen naciones

Este estatuto pone una historia tergiversada, parcial, finalista e inventada por delante de los intereses de los individuos, de los derechos y libertades de ciudadanos hasta ahora iguales ante la ley.

En palabras de Maragall, se acaba de establecer “por primera vez en la historia de España que Cataluña es una nación”. El preámbulo estatutario tendrá consecuencias demoledoras, pues informará y dará sentido al articulado, cuya interpretación será siempre maximalista por pura coherencia normativa. En caso de duda, la hermenéutica jurídica irá a buscar –pues esa es la razón de ser de los preámbulos– el significado profundo, la intención conjunta e integral que los legisladores quisieron darle al estatuto. Y cada uno de sus preceptos quedará supeditado a la noción de nación. Si algún organismo, cámara, tribunal o gobierno olvidara lo anterior, ya se ocuparán los nacionalistas de recordarle en voz alta las implicaciones de la inclusión semántica que el día 21 de marzo de 2006 ha penetrado en la Troya de Guerra (Alfonso) agazapada en el caballito del buen entendimiento, los derechos históricos y la España plural.

Pero España ya era plural. Y diversa, que es lo que en su confusión quieren decir. Es a partir de ahora, tras la deprimente inauguración parlamentaria de la primavera, cuando van a empezar a desaparecer en serio la pluralidad y la diversidad en una parte de España. En otra, pues al País Vasco todavía está por llegar el espíritu del 78.

Quienes atemperan la importancia del preámbulo sin ser analfabetos jurídicos, simplemente mienten. El único nacionalista interesado en que se reconozca la enormidad de lo perpetrado es Artur Mas, aunque se trate de un interés personal y electoral. Por eso Mas no engaña ni se engaña. ¿Fuerza jurídica? Por supuesto. Y mucho más que eso: fuerza política. Un estatuto es parte del bloque de constitucionalidad, por si no se habían enterado los agraces y agrarios portavoces empeñados en vendernos un prólogo.

Este estatuto acelera los acontecimientos hacia lo desconocido, es un lazarillo ciego, nos mete de cabeza en la camisa de once varas de las naciones sin estado, de los estados con naciones, de las temerarias soberanías emergentes y de las lamentables soberanías declinantes. Pone una historia tergiversada, parcial, finalista e inventada por delante de los intereses de los individuos, de los derechos y libertades de ciudadanos hasta ahora iguales ante la ley.

En el desarrollo y aplicación de los artículos del estatuto, en el insensato calco que ya preparan en sus comunidades castas políticas de todos los pelajes, en el laberinto de los años que vienen, el desguace nacional conllevará el borrado de memorables experiencias, retos y logros. Y de toda expectativa de honrarnos y dignificarnos como quisieron los liberales de Cádiz. Salvo que el único partido que no se avergüenza de ser español en ningún punto de España haga lo que no va a hacer: comprometerse públicamente a volver atrás cuando gobierne. Pero nunca admitirán que a veces retroceder es ir hacia delante. Y así les va.

En España

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