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José Vilas Nogueira

Qué raros son los italianos

En Italia todavía existe la idea, dice él, de que los comunistas pretenden limitar las libertades. Pues sí que son raros estos italianos. ¿De dónde habrán sacado tan peregrina idea?

Invitaciones obscenas de ramera peripatética, alma y contabilidad de monedero falso, farisaica presunción de superioridad moral, los progres son la plaga de nuestro tiempo, que deja chiquitas a las bíblicas.

En Italia vive un señor inglés. Es profesor de Historia Contemporánea Europea en la Universidad de Florencia. Debe de ser muy importante, pues un importante diario español lo entrevista en una serie dedicada a los mentores intelectuales del mundo que viene. Si es así, uno celebra estar ya más próximo del mundo que se fue del que está por venir. Todo tiene su lado bueno, si se sabe buscarlo.

El señor Ginsborg, que así se llama, detecta algunas carencias en la sociedad italiana. La primera es el anticomunismo, algo que, según él, a los españoles nos puede sonar muy raro. Esto de asociar ciertas ideas políticas con una condición nacional particular no es muy preciso y nada científico. Se presta obviamente a la manipulación y es impropio de un historiador serio. Pero, como no tratamos con un historiador serio, admitamos tal modo de hablar. Ciertamente, los "españoles" tenemos alguna tradición de querencia al despotismo, desde el "vivan las caenas" servil al presente embobamiento con las tendencias totalitarias de los nacionalistas y nacionalsocialistas ahora gobernantes. Mas, si acudimos a datos empíricos, difícilmente manipulables, también es verdad que los comunistas en España han obtenido siempre resultados electorales muy inferiores a los de sus correligionarios en Italia.

Claro que, vaya usted con datos objetivos a un profesional de la falsificación. En Italia todavía existe la idea, dice él, de que los comunistas pretenden limitar las libertades. Pues sí que son raros estos italianos. ¿De dónde habrán sacado tan peregrina idea? Quizá no hayan tenido la fortuna de que Ginsborg les explicase adecuadamente las experiencias soviética, china, camboyana, cubana, etc., patentes ejemplos de libertad.

El problema estaría en que los pobres italianos prefieren la libertad contra a la libertad para. Como si fuesen ingleses, diría yo. Este caballero, que fue profesor en Cambridge no parece andar muy fuerte en la historia del pensamiento político y social de su país de origen. Denodado abogado del estatismo, nos descubre el mediterráneo retomando la vieja consigna leninista, implícita en la aparente interrogación: "libertad, para qué". Don Fernando de los Ríos, aunque no era precisamente un liberal, y en 1920, cuando el potencial criminógeno del comunismo apenas se había aún revelado, estuvo más alerta a la falacia que este caballerete con moreno de rayos uva y negra querencia despótica.

La concepción finalista de la libertad y la consiguiente atribución al Estado de su definición (el "para qué") y de su administración (el "cómo") conduce al despotismo, por muchas razones. Me limitaré a señalar una: el Estado es una institución, o un conjunto de instituciones; un "lugar" o un conjunto de "lugares", que son actuados u ocupados por hombres concretos, con sus concretos intereses, amistades, enemistades, ideas, manías y, frecuentemente, perversiones. ¿Por qué la ocupación de los puestos de autoridad habría de cambiar la naturaleza humana; por qué los gobernantes habrían de ser lo suficientemente justos y altruistas para que podamos confiarles la definición y la gestión de nuestras libertades?

Dejando aparte estas graves cuestiones, ¿son tan distintos los italianos de los rusos, de los nacionales de numerosos países de la Europa central y del este, liberados del yugo comunista, de los nacionales de numerosos países de la Europa occidental, de los ingleses, de los norteamericanos, etc.? ¿Las gentes de estas sociedades no creen, como los italianos, que los comunistas pretenden limitar las libertades? Pues claro que lo creen. O, al menos, se comportan como si lo creyesen. Sólo Ginsborg y los muchísimos ginsborgs que se han apoderado de la Universidad y de la mayor parte de los medios de comunicación no lo ven. Clercs traîtres, que diría Benda, entregados a la falsificación sistemática de la historia y la realidad social, acaban por creerse sus propias falsedades. Su función no es el conocimiento; es la manipulación. De aquí su inanidad en el campo del pensamiento. De aquí su enorme potencial como instrumentos del despotismo. Mientras podamos, debemos resistirnos.

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