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Juan Carlos Girauta

Todo en orden

Cataluña va a seguir como estaba: en una encarnizada competición por ver quién es más nacionalista, quién detesta más al PP y quién supera antes el estatuto del 2006

A ver cómo aparta ahora las ruinas y redecora nuestra vida el gobierno Ikea de Maragall, a ver cuánto tardan en esconder los escombros las brigadas de limpieza informativa e higiene mental. El socialismo, que es en Cataluña un nacionalismo sobrevenido, a caballo entre la locura de las esencias, la avilantez y la mercadotecnia, termina esta etapa desquiciada y estéril como la empezó: a golpe de ilegalidades y de juego sucio. Con Maragall pidiendo el sí en televisión y las cartas boca arriba en el plan de exclusión de los no nacionalistas. En un clima de violencia y coacción cuyos autores mediatos excusan sin sonrojo y cuyos cómplices mediáticos callan o niegan.
 
Qué cansancio. Años de disparates, avivamiento de pasiones romas, emociones baratas y hartazgo ciudadano, si es que quedan ciudadanos en Cataluña. En este proyecto de aceleración de la historia contaban los socialistas con una sola excusa: integrar o domesticar a ERC, conducir al independentismo a un gran acuerdo de cara a las próximas décadas. Así podían vender la paradoja de que el proceso estatutario desatado reforzaba en realidad a España. Naturalmente no era tal el objetivo, pues quien desea reforzar España no empieza echando al barranco al partido de la mitad de los españoles ni compagina la reforma del modelo de Estado con la beatificación de la ETA. Pero si lo hubiera sido, su fracaso ya podía certificarse antes de la sucia campaña. No es que la fiera a amaestrar les mordiera la mano, es que el niño Rodríguez mordió a la fiera para forzar un estatuto que no salía. Y Cataluña va a seguir como estaba: en una encarnizada competición por ver quién es más nacionalista, quién detesta más al PP y quién supera antes el estatuto del 2006.
 
Con los jueces congelados junto el cadáver incorrupto de Montesquieu, con la policía puesta en cintura y en entredicho por el Fiscal General del Estado –cándido ser cuyo aval invocaba San Arnaldo Otegi–, no es extraño que en Cataluña el cumplimiento de la ley sea excepción, que ni el presidente, ni el gobierno autonómico, ni los partidos políticos nacionalistas se sientan obligados a respetarla. Todo desmán es posible bajo el paraguas de Matrix: ya vendrán periódicos y vanguardias a negar lo que vemos, a establecer una realidad de otro nivel.
 
Así se explica que en el apogeo de los boicots, los golpes de casco, las patadas, las monedas, los huevos y el gargajo, losMossos d’Esquadrasólo hayan sentido una vez la necesidad de ponerse duros. Ha sido con Carmelo González, un loco que quiere que su hija estudie en castellano. Prácticamente un terrorista. Lo dicho, a ver cuánto tardan en esconder los escombros de la libertad.

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