Réquiem por la privacidad. Esta ha muerto, ha dejado de existir completamente. Los humanos ya no tenemos secretos, ni intimidad, ni siquiera antes de nacer cuando nos encontramos en el vientre de nuestras madres. Aun allí, nos pueden ver, oír, filmar, examinar hasta nuestro más mínimo movimiento. Este es solo un preámbulo de lo que es el “espionaje” permanente que soportará ese niño o niña por el resto de su vida.
En la época que vivimos cuando un niño nace, ya se conoce su sexo, sus medidas, su peso. Desde antes del nacimiento se comienzan a acumular datos sobre cada persona. A que hora nació, quién presenció el parto, el cual ahora es muchas veces filmado y presenciado por múltiples personas, los amigos, los tíos, en fin, todos los que no se quieren perder el evento. Aquellos partos privados, de hace unos años, pasaron de moda.
Y la cosa continúa, queda registro de qué vacunas y cuándo se las pusieron al niño, de todas las visitas y remedios que recibió desde su nacimiento, al igual de todos los colegíos y calificaciones que obtuvo. Una vez ese niño llega a la adolescencia y su padre le regala una tarjeta de crédito u obtiene su primera licencia de conducir, o su primer trabajo, toda la información sobre sus actividades comienza a acumularse en toda clase de bases de datos gubernamentales y privadas.
Centrales de datos manipulan su información, la compran, la venden o la canjean con compañías de crédito, bancos, seguros, hospitales, partidos políticos. Poco a poco esa persona se convierte en un número más del quien se conoce absolutamente todo. Dónde vive y trabaja, cuánto gana, cuántos impuestos paga y cómo, cuales son sus hábitos de compras, sus preferencias, sus hobbies, dónde y cómo gasta su tiempo libre, cuánto gasta, por quién vota, a quién llama por teléfono, dónde come, cuál es su estado físico, por cuánto tiempo se espera que viva… En fin, nada queda oculto de su vida.
Para conservar algo de privacidad tendríamos que no dar nuestro nombre nunca, no utilizar ninguna tarjeta de crédito, comprar todo en efectivo, no llamar ni contestar el teléfono, no tener seguros, ni ir a ninguna clínica, ni medico, no conducir, no registrarnos para nada, no caminar por la calle, por que allí nos filman, como también, (por motivos de seguridad) nos filman en los cines, en los restaurantes, en los aeropuertos. El gran hermano descrito por George Orwell, en su libro “1984”, ya llegó, ya esta aquí, todo lo ve, lo registra y lo analiza. Ya nada es privado, el gran hermano lo sabe todo, no hay escapatoria. Así que ¡pórtense bien o aténganse a las consecuencias!