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Michelle Malkin

Le debemos a Emma Beck no volver a callar

Emma Beck, una joven artista británica de 30 años, se ahorcó tras el aborto de sus gemelos. Quizá el relato de su sufrimiento pueda evitar más muertes innecesarias.

No tenía que morir. Y tampoco sus hijos nonatos. A lo largo del fin de semana, los diarios londinenses informaron del suicidio en 2007 de Emma Beck, una joven artista británica de 30 años que se ahorcó tras el aborto de sus gemelos. Quizá el relato de su sufrimiento pueda evitar más muertes innecesarias.

La agonía y la soledad presentes en la nota de suicidio de Emma Beck resuenan al otro lado del charco y trascienden fronteras raciales y de clase y límites generacionales. Estaba destrozada a causa de la ruptura con su novio, que no quería los niños. Sufría un intenso dolor debido a su decisión de poner fin a las vidas que se desarrollaban dentro de ella. Y en consecuencia puso fin a la suya propia.

"Nunca debí haberme sometido a un aborto. Ahora veo que habría sido una buena madre", escribió Beck. "Le dije a todo el mundo que no quería hacerlo, hasta en el hospital. Estaba asustada, ahora es demasiado tarde. Morí cuando mis bebés murieron. Quiero estar con ellos; nadie más que ellos me necesita."

La familia de Beck culpa al estamento médico. El sistema judicial, como ocurre con tanta frecuencia, se ha convertido en un mecanismo de desahogo. Un tribunal británico celebró recientemente una audiencia sobre el suicidio de Beck. La madre de Beck desveló que a su hija "no se le dio la oportunidad de ver a un consejero". Pero ¿no están acaso las madres para eso si no hay un "consejero" profesional a mano?

Pero no son sólo los cínicos médicos abortistas o las enfermeras, los consejeros desaparecidos en combate o los padres negligentes quienes necesitan mirarse al espejo. Durante décadas, hemos tolerado una cultura de insensibilidad y alimentado un derecho social a la conveniencia. Las feministas exigen silencio a las mujeres que se arrepienten después de abortar. Los fanáticos del control de la población y de la planificación familiar se lo meten en la cabeza a jóvenes de todo el mundo: Cuantos menos, más felices o ¿Por qué llevar más cargas? son los eslóganes de sus camisetas y pegatinas.

El otoño pasado, en la patria de Emma Beck, la prensa británica se deshacía de gusto con una ecologista descerebrada que se sometió a un aborto y se hizo una ligadura de trompas "para proteger el planeta". Según sus declaraciones al periódico londinense Daily Mail: "Cada persona que nace consume más comida, más agua, más espacio, más combustibles fósiles y más árboles, y genera más basura, más polución y más gases de efecto invernadero. Además, contribuye al problema de la superpoblación."

Esto vino después de que un laboratorio de ideas británico publicase un informe sobre lo malos que son los niños para el medio ambiente. John Guillebaud, catedrático de planificación familiar del University College de Londres, dijo: "El efecto sobre el planeta de tener un hijo menos es de una magnitud mayor que todas estas otras cosas que podemos hacer, como apagar las luces... Lo mejor que cualquiera en Gran Bretaña puede hacer para ayudar al futuro del planeta es tener un hijo menos."

¿Y quién recibe espacios privilegiados de opinión en el periódico de referencia de Estados Unidos para hablar del aborto? Idiotas como el profesor adjunto auxiliar de la Universidad de Iowa Brian Goedde, quien en un ensayo publicado en el New York Times hace unos cuantos meses compartía los dichosos pensamientos que rodearon su Nochevieja antes del aborto de su novia: "El aborto está programado para dentro de dos días, y estamos follando como locos", recordaba. "Lavamos los platos, nos lavamos los dientes, nos metemos en la cama y tenemos sexo sin protección. 'No me voy a quedar más embarazada de lo que estoy', dice Emily. Nunca he sentido placer con mayor sensación de culpabilidad."

Lo que rara vez se escucha son las voces que dicen que esa autocomplacencia es un error. Lo que rara vez se lee son noticias de mujeres (y hombres) desconocidos en todo el mundo que saben que la pretenciosa elección que hicieron estuvo mal, y ahora necesitan ayuda. Lo que rara vez se ve son los estudios que demuestran que el aborto conlleva costes y consecuencias de por vida (altos niveles de estrés postraumático, depresión, pena, culpabilidad, ostracismo, culpa y, al menos en un estudio en Finlandia, tasas de suicidio más elevadas).

Aquí en Estados Unidos este mensaje lo difunden grupos dedicados a la prevención del aborto, como el Instituto Nacional de la Familia o Life Advocates (Abogados de la vida), que proporciona equipos de ultrasonidos y formación para abrir "una ventana al útero" para mujeres con embarazos problemáticos, y organizaciones que tratan el post-aborto como Silent No More (No más silencio). Para combatir a quienes glorifican el aborto, la campaña Silent No More Awareness intenta que la población sepa que el aborto es emocional, física y espiritualmente perjudicial para las mujeres y para otros; se dirige a mujeres que sufren a causa de un aborto y les hace saber que existen ayudas disponibles. E invita a las mujeres a unirse a nosotras contando la verdad sobre las consecuencias negativas del aborto.

Lo que Emma Beck más necesitaba escuchar es el mensaje que los proabortistas están desesperados por ahogar: no estás sola.

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