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Cristina Losada

Glosa de la resistencia

Bajo el difunto Gobierno salió al escenario público una sociedad civil no afecta ni adicta al nacionalismo en cualquiera de sus formas, esto es, contraria a que los derechos civiles se vieran conculcados en nombre de supuestas identidades colectivas.

Es el momento de las profecías retrospectivas. Tras el dictamen de las urnas, aparecen los que ya sabían qué iba a ocurrir. No se contaban entre esos sabios arúspices los dos partidos desalojados del poder en Galicia. La noche de autos, su estupor corría parejo con su desconsuelo. Se quedaron de piedra. De ahí, tal vez, que sus interpretaciones de la derrota sean tan inverosímiles. Aunque las que otros formulan sobre el triunfo del PP, también. Quienes hubieran aclamado una reedición del bipartito como una victoria de Zapatero, atribuyen el batacazo a Touriño y se escaquean, como José Blanco, hasta de acompañarle en el sentimiento. Mutatis mutandis, quienes celebran el éxito de Feijóo como uno de Rajoy, nunca habrían tildado de fracaso del presidente del PP un mal resultado en tierras gallegas.

Tales reacciones son típicas de la galaxia partidaria y se hace necesario salir de ella para encontrar las claves, que serán complejas. Es más, fuera de esa nebulosa se encuentra, con seguridad, una de ellas. Pues en Galicia, bajo el difunto Gobierno, que no era de coalición, sino de colisión (de los dos socios entre sí y de ambos con la mayoría de la sociedad), salió por vez primera al escenario público una sociedad civil no afecta ni adicta al nacionalismo en cualquiera de sus formas. Esto es, contraria a que los derechos civiles se vieran conculcados en nombre de supuestas identidades colectivas. El aumento de la coacción en el ámbito lingüístico por parte del bigobierno fue el catalizador de ese fenómeno, que ha modificado el mapa sociopolítico gallego.

Personas que, en su mayoría, no habían militado en partidos, que tampoco habían organizado antes campañas ni manifestaciones, se asociaron para defenderse de las imposiciones del Gobierno. Lo tenían todo en contra. El mundo académico y cultural, los centros creadores de opinión, las elites regionales y locales, eran ideológicamente afines al proyecto social-nacionalista o se plegaban a él por conveniencia o por temor. Era, por cierto, una situación heredada de la época fraguista, pues la derecha tiende a ocuparse de la gestión y a dejar el universo de las ideas a sus adversarios. En tales condiciones, pocos se atrevían a desafiar tabúes tan establecidos como los que blindaban la cuestión lingüística. De modo que fueron esos ciudadanos quienes lo hicieron y quienes soportaron la ira y los insultos de los estabulados y las amenazas y agresiones de los extremistas.

No se trata de exagerar la influencia que ese auténtico brote de sociedad civil ha tenido en la derrota del bigobierno. Pero es evidente que fueron esas nuevas asociaciones las que introdujeron en el debate público los abusos de la "normalización lingüística" y cuestionaron la ficción de que existía un consenso social que la legitimaba. Lo hicieron, además, desde la independencia, tanto orgánica como económica. Ni eran peones del PP, como calumniaban desde la Xunta y sus satélites, ni recibían subvenciones de nadie. Se ha recorrido un largo trecho desde el manifiesto "Tan gallego como el gallego", promovido por socios de Vigueses por la Libertad, Coruña Liberal y AGLI, hasta el manifiesto de Galicia Bilingüe, la mayor y más activa de las asociaciones, que entregó cien mil firmas por la libertad de elección de lengua este mes de febrero. Y que nadie se equivoque: esa corriente no va a pararse.

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