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Vicente Boceta

Gracias, doctor Borlaug

Sería trágico que la nueva ola de socialismo y ecologismo, con su mal entendido "principio de precaución", frenara esta revolución verde que puso en marcha el doctor Borlaug e impidiera el uso de la ingeniería genética y los productos transgénicos.

Hace dos días murió, en plena actividad intelectual a sus 95 años de edad, Norman Borlaug padre de la Revolución Verde y Premio Nobel de la Paz en 1970. Es probablemente la persona que más vidas ha salvado en la humanidad en su incansable lucha contra el hambre desde el punto de vista de la ciencia.

Su labor ingente creando nuevas variedades e híbridos agrícolas a través de la biotecnología ha dado al traste con toda la sarta de mentiras que ecólatras y catastrofistas del desarrollo sostenible han ido desarrollando a lo largo del siglo pasado. Las predicciones de panfletos como Los limites del crecimiento del Club de Roma en 1972 o el Informe Global 2000 del presidente Carter en 1980 o el libro The Population Boom de Ehrlich y un largo etcétera han sido permanentemente erróneas, mientras los medios de comunicación, a pesar de su fracaso, se hacían eco de sus falacias y difundían sus mentiras (basta ver las páginas que le dedicó el diario El Mundo al ínclito Ehrlich recientemente).

Entre tanto el profesor Borlaug se dedicaba a rescatar vidas del hambre y la pobreza, la Sra. Rachel Carson (La Primavera Silenciosa) ponía en marcha, con la complicidad de los gobiernos de todo el mundo y el silencio culpable de la ONU, un genocidio silencioso, apoyado por los movimientos verdes de todo el mundo, al prohibirse el uso del DDT en 1972, en la lucha contra la malaria. El resultado ha sido de millones de muertos cada año (probablemente alcancen ya los 100 millones desde la prohibición del DDT), especialmente niños, sin que nadie les haya pedido cuentas a los responsables de esta matanza ecologista.

Sin embargo en los últimos 40 años gracias a los esfuerzos de personas como el Doctor Borlaug la oferta de alimentos se ha triplicado manteniéndose muy por encima del crecimiento de la población y se ha logrado, además, utilizando menos herbicidas fertilizantes. Se ha permitido con ello la utilización de una superficie de tierra inferior a la que se hubiera necesitado caso de haber utilizado antiguas variedades agrícolas. Mientras las naciones ricas se entretienen apoyando los llamados métodos orgánicos de producción de alimentos, mil millones de personas subalimentadas en países pobres no tienen acceso a las nuevas semillas transgénicas o a fertilizantes y herbicidas que podrían solucionar sus problemas crónicos de hambre. Es un escándalo que existiendo tecnología para alimentar una población superior a los diez mil millones de personas, los extremistas de los movimientos verdes, sobre todo en naciones ricas, procuran por todos los medios impedir la aplicación de los nuevos avances en biotecnología.

Nuevos descubrimientos científicos, siguiendo los trabajos del doctor Borlaug permitirían que en los próximos 30 años la productividad por hectárea pudiera aumentar un 50%... siempre y cuando el activismo anticientífico del movimiento verde no lo impida como en su día impidió el uso del DDT. Sería trágico que la nueva ola de socialismo y ecologismo, con su mal entendido "principio de precaución", frenara esta revolución verde que puso en marcha el doctor Borlaug e impidiera el uso de la ingeniería genética y los productos transgénicos.

Desgraciadamente, los mensajes apocalípticos venden y demasiados científicos se han subido al tren ecologista en búsqueda de fondos de investigación al abrigo de oportunistas políticos o científicos charlatanes en la línea de aquel Lysenko al que, eso sí, hay que agradecerle su contribución al colapso de la antigua Unión Soviética.

Gracias doctor Borlaug y gracias añadidas por haber sido uno de los 700 científicos que se han sumado a la posición crítica contra el consenso sobre el calentamiento global antropogénico.

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