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Cristina Losada

Gürtel, según Hitchcock

Los regalos de coches y relojes, las charlas sembradas –no precisamente de ingenio–, las claves y apodos utilizados –don Vito–, hablan del sórdido mundillo que se puede instalar en las faldas del poder y de unos políticos tan vanidosos como estúpidos.

Hace años, un votante socialista, confrontado a la corrupción del PSOE de González, me sorprendió con este razonamiento: "La derecha roba igual, pero lo hace mejor y no la descubren". Era la versión sesgada del tópico de barra de bar que declara a todos los políticos iguales. No ante la ley, sino para burlarla. Pero esa sabiduría popular proyecta sobre los políticos un comportamiento más extendido de lo deseable. Aprovecharse del Estao, sea para obtener favores, sea para embolsarse dinero, sea para ambas cosas, cuenta con tradición y solera. El que pudiendo no lo hace, que diría el del bar, es un pringao. Lo que no quita para que de la tolerancia social hacia las prácticas corruptas se pase, en un abrir y cerrar de ojos, al escándalo.

Los detalles del caso Gürtel no invitan a pensar en una gran inteligencia ni, mucho menos, en un gran estilo a la hora de llevar el ilícito negocio. Los regalos de coches y relojes –¡pobre Lerroux!–, las charlas sembradas –no precisamente de ingenio–, las claves y apodos utilizados –don Vito–, hablan del sórdido mundillo que se puede instalar en las faldas del poder y de unos políticos tan vanidosos como estúpidos. Pero mientras esos turbios intercambios despiertan gran curiosidad, se pierde de vista el bosque. Pues, ¿qué diablos era la Gürtel? ¿Manejaban los de Correa una trama para la financiación ilegal del PP o regentaban un chiringuito para enriquecerse ellos y sus padrinos con cargo?

Esa cuestión, la principal, todavía sigue abierta. Se deja la respuesta a la imaginación del espectador. Y ahí está la habilidad en el manejo de los materiales. El impacto de los detalles es tal que no importa de qué va exactamente la película. Funciona como el cine de Hitchcock, quien en su film Con la muerte en los talones redujo el MacGuffin tan al mínimo que ni siquiera se sabía a qué se dedicaba el malvado interpretado por James Mason. En el caso que nos ocupa, el Partido Popular, con su silencio y sus medias palabras, ha contribuido a que la imaginación sustituya a las explicaciones racionales que faltan. De seguir así, la serie Gürtel tiene garantizado el éxito para varias temporadas. ¿O se llamará Perdidos?

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