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Cristina Losada

El fútbol como Lola Flores

Los futbolistas –y el fútbol– van a penar por su notoriedad. La fama les hace blancos del buscador de medidas ejemplarizantes. Son para Zapatero lo que Lola Flores fue para González.

Las encuestas online de los periódicos recogen ya el aplauso del respetable a la decisión de convertir a las estrellas del fútbol en simples mortales ante el fisco. ¡Que naide pague menos que naide!, resuena en las gradas. Falta añadir: y menos que nadie aquellos que han sido elevados al Olimpo por los que ahora celebran su descenso a la división del pagador corriente de impuestos. El anónimo propietario de una Sicav puede estar tranquilo. Ni el Gobierno hurgará en sus beneficios ni la opinión pública se rasgará las vestiduras por ello. Lo que irrita en estepaís no es que alguien gane mucho dinero y pague poco a Hacienda, sino que todo eso les caiga en suerte a personas que conocemos. Los futbolistas –y el fútbol– van a penar por su notoriedad. La fama les hace blancos del buscador de medidas ejemplarizantes. Son para Zapatero lo que Lola Flores fue para González.

La repercusión económica de la decisión gubernamental es nula, pero ¿a quién le importa la economía? No, desde luego, al Gobierno, que ha optado por la política. Y política es elegir al cabeza de turco apropiado para la exhibición teatral de que, en serio, se les quita a los ricos para dar a los pobres. Hasta los creyentes en la innata pasión por los desfavorecidos de la izquierda necesitan alguna prueba de que no depositan su fe en unos estafadores de tres al cuarto. Con lo del fútbol ya tienen una. Y convence a los más predispuestos y a los menos, pues la exigencia igualitarista –que no de igualdad– recorre el mapa a derechas e izquierdas, por el centro y en los márgenes. El Gobierno se apunta un tanto. Nulo como es en la gestión económica, sabe, sin embargo, administrar la política. Al contrario que el Partido Popular. Con golpes de efecto de esa clase, cual fue el proceso a la Flores, capeó sin despeinarse el felipismo la tempestad de la crisis y el paro.

La demagogia triunfa cuando logra conectar con actitudes arraigadas y bajos instintos. Se aplaude la inútil reforma como justa y necesaria defunción de un privilegio. Hipocresía. Lo que hay en la trastienda son criaturas maliciosas, como la envidia y el resentimiento, a las que, así, se satisface. Son las mismas criaturas que castigan el mérito y prefieren la igualdad de resultados a la de oportunidades. El caldo de cultivo de la mediocracia. Y si por quitar el incentivo dejan de venir grandes ejecutivos, que no vengan. Y si se acaba el super fútbol, que se acabe. Todos iguales y punto pelota.

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