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Raúl Vilas

Pobrecitos cantantes, pobrecitos

Lo más impresentable es la falacia en la que sustentan su reivindicación. Son los nuevos luditas. Plantear que el futuro de la música está ligado al de la industria discográfica con su rancio modelo de negocio es una mentira, pero de las gordas.

Anda el clan de la ceja un poco disperso. No será por la ausencia de motivos para enseñarnos al común de los mortales, seres carentes de sensibilidad artística y cortitos de miras, cómo debe comportarse un ciudadano comprometido. Cuando España vivía la etapa de mayor prosperidad de su historia, sobraban los motivos para montar algaradas contra el Gobierno día sí, día también, en nombre de la Justicia y por el bien de todos. Hoy, con la economía en caída libre, el paro desbocado y una quiebra institucional sin precedentes, sólo encuentran motivos en el Sahara –causa justa, no lo niego–, el indio de Bolivia y su cuenta corriente (esto no es nuevo, cierto).

La última ha sido la mani de los cantantes, colectivo excluido donde los haya, como todo el mundo sabe. Ver a las merches, rosarios y chenoas tratando de dar penita al personal por lo incierto de su futuro no por cómico deja de ser estomagante. Más decepcionante fue la presencia de un tipo como Loquillo que ha dado pruebas de su integridad y puso banda sonora a muy buenos momentos de mi vida. "Soy un pirata nena, tocando música. Correcaminos, a más de cien...". ¿Recuerdas José María?

Bramaban frente al Ministerio de Industria contra las descargas peer to peer –programas de intercambio de archivos entre usuarios de internet. Al menos la mani fue en directo, no en playback, estafa al espectador de la que se han beneficiado durante años en las teles públicas, las que pagamos todos los mortales sin conciencia. La bufonada se quedaría en eso, si no pretendiesen –con altas probabilidades de éxito– recortar nuestras libertades para mantener sus privilegios. Con falsedades y con insultos. Quien comparte su música sin ánimo de lucro, no es un pirata, ni el top manta se nutre del emule. Así que de piratas, nada de nada, señoritos. Tal es la chulería de esta gente, que un periodista que cubría el acto tuvo que soportar el bufido de David de María, ese cursi de polígono, que es a la música romántica lo que el chopped al jamón.

Lo más impresentable es la falacia en la que sustentan su reivindicación. Son los nuevos luditas. Plantear que el futuro de la música está ligado al de la industria discográfica con su rancio modelo de negocio es una mentira, pero de las gordas. ¡Bellacos! Todo lo contrario. Nunca antes tantos músicos tuvieron la posibilidad de llegar a tanta gente. En igualdad de condiciones, sin más armas que la calidad de su trabajo. Enterrar un modelo que vivía de las promociones basadas en las dos decenas de singles que pululaban durante meses por las radio fórmulas, a las que sólo accede una minoría, beneficia a todos, a los buenos músicos, al buen gusto. Cada vez hay más bandas y mejores. Lo dijo Rosendo Mercado, que algo sabe de esto: "Ojalá yo fuera joven ahora con toda esta movida".

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