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José Antonio Martínez-Abarca

Madrid al aparato

A algún listo se le ocurrió echar de comer a lo que "no nos comía" del presupuesto y ocurrió como con los "gremlins" a partir de las doce de la noche. Eso, desengáñese la UPyD de Rosa Díez, ya no hay quien lo pare.

Hace treinta años, en algún edificio oficial decorado con muebles castellanos, como de apartamento playero (el estilo del Régimen) de las hoy llamadas "Comunidades Autónomas", había un teléfono no precisamente rojo que nunca sonaba, al que se le daban propiedades taumatúrgicas, fenomenales, casi preternaturales, y al que el servicio le quitaba el polvo como si temiese despertarlo. Era el teléfono "de Madrid".

El teléfono "de Madrid" causaba más respeto aún que el motorista con la media cáscara de huevo en la cabeza y el comunicado de cese en el zurrón. Era una pequeña bestia dormida encima del tafilete de la mesa más decisoria de la provincia, y no sonaba porque sólo lo hacía a las cinco de la madrugada y para cosas importantes. Y en provincias las cosas importantes sucedían a partir de, por ejemplo, un cierto número de muertos. Antes, en provincias, si se presentaba alguien en la puerta a las cinco de la madrugada no era el lechero, sino el teléfono "de Madrid". Aquel teléfono era todo el aparato "autonómico" que precisaba la periferia, el que ponía el contacto al gobernante centralista con el delegado de turno. En mi pueblo hubo un delegado, al que llamaban gobernador civil, que tenía tan pocas cosas que hacer que se daba al pitraque duro para matar las horas y el chófer luego lo acarreaba por la calle al hombro, como un serón de patatas.

Los que trabajaban duro para el Estado eran los lomos del chófer. Las cosas domésticas iban solas sin intervención humana, como siempre han ido. Y, de vez en año, o de vez en lustro, se despertaba el teléfono, cuyo gasto era soportable por la cartera de los españoles porque, como se dice en mi tierra, "no nos comía".

Treinta años después, alrededor de aquel solitario teléfono "de Madrid" que nunca sonaba han crecido una serie de remedios a problemas que no existían previamente a hallarse su tratamiento. Se pensó que había que acercar la administración al ciudadano y lo que se hizo es lo contrario, acercar al ciudadano a la administración, pero para quedarse. El que entraba en un edificio oficial ya no salía más que en comisión de servicio al bar de la esquina. Alguien pensó que estaría bien poner, alrededor del teléfono "de Madrid", otra serie de teléfonos que diesen más presencia, a los que de pronto les crecieron brazos, patas, mesas, cabezas que pedían que se les diese algo en lo que pensar, coches oficiales, secretarias, cuerpos de policía, viajes de promoción exterior, ríos en propiedad de la autonomía correspondiente o departamentos universitarios que inventaran una historia diferencial previa. A algún listo se le ocurrió echar de comer a lo que "no nos comía" del presupuesto y ocurrió como con los "gremlins" a partir de las doce de la noche. Eso, desengáñese la UPyD de Rosa Díez, ya no hay quien lo pare.

Recuerdo que este año me dio por analizar apartado por apartado el presupuesto total de mi comunidad autónoma para el presente ejercicio (el cual, por supuesto, queda a la púa, tirando de deuda) y resultó que, descontados los gastos corrientes y de personal, que devoran al Señor por las patas, apenas se tenía para invertir en el I+D+i de un teléfono baratito. El mismo que, sin todo lo demás, ya teníamos hace treinta años.

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