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Gina Montaner

El asteroide que nos rozó

¿Puede ser tanta casualidad? Unos días después de ver Melancolía, el último filme de Lars Von Trier, la NASA anunció que un asteroide del tamaño de un portaaviones se acercaría a la Tierra hasta rozarla levemente.

¿Puede ser tanta casualidad? Unos días después de ver Melancolía, el último filme de Lars Von Trier, la NASA anunció que un asteroide del tamaño de un portaaviones se acercaría a la Tierra hasta rozarla levemente.

Bien, se preguntarán, ¿qué tiene que ver una película del controvertido director danés con un acontecimiento de carácter científico? Muy sencillo. El azar quiso que el cineasta más representativo del movimiento Dogma elaborara una historia en torno a un hipotético planeta, Melancolía, que se aproxima peligrosamente a nuestro planeta y pone al borde de un desenlace apocalíptico a dos hermanas muy disímiles. Una, bipolar y depresiva, intuye las catástrofes venideras. La otra se aferra neuróticamente a la lucidez. El Ying y el Yang de la lucha interior que con frecuencia libramos.

Como suele suceder con el imaginativo, errático y excesivo Von Trier, su cine puede repeler o envolver al espectador hasta el punto de situarlo en el epicentro de un microcosmos improbable pero vívido. Y eso es lo que sucede con Melancolía y su poderosa iconografía onírica. Un mundo imaginario capaz de arrastrar al más cuerdo de los mortales al abismo de un estado anímico que no encuentra salida, salvo el cataclismo inevitable en que a veces se transforma la vida.

Cuando Von Trier se decidió a filmar su visión muy particular del fin del mundo, preguntó a los científicos si sería totalmente descabellado jugar con la idea del choque de dos planetas. Estos le dijeron que era algo que podía ocurrir mañana. Y ese "mañana" coincidió con el estreno de su cinta y el anuncio de que el asteroide "2005 YU55" viajaba hacia la Tierra para luego proseguir su trayectoria en la Nada sideral.

Justine y Claire, las dos hermanas opuestas de la película, temen, contrario a lo que dictan la razón y los cálculos de los astrónomos, que el planeta Melancolía acabe estrellándose como una inmensa bola de fuego contra la fragilidad de su propia existencia. Justine, cuya mirada encierra la transparencia de una bola de cristal, reconoce la inevitabilidad de lo que está por ocurrir. Claire, en cambio, se apoya en los telescopios para asegurarse de que el enigmático astro pasará de largo como una pesadilla pasajera.

Pocos días después de ver Melancolía, y aún bajo los efectos de las poderosas imágenes que arrasan con todos los pronósticos, los expertos nos avisaron de que un asteroide viajaba hacia nosotros y que con casi toda seguridad no teníamos por qué preocuparnos. Sólo nos rozará, nos dijeron. No obstante, no deja de ser inquietante conjeturar cómo te roza un planeta sin sentir que todo se tambalea en el hueco negro y solitario de la inmensidad galáctica.

Justine, cuyo pesimismo es la consecuencia de sus poderes visionarios, le dice a su hermana que estamos solos en el Universo. No hay cabida para el consuelo de otras existencias posibles en otras estrellas. Es una conversación a media voz mientras toda la grandeza rocosa de Melancolía se avecina hasta el falso esplendor de un paraíso a punto de deshacerse.

Von Trier, que es un poeta herido por la locura y el delirio, se adelantó a los vaticinios de los astrónomos. Pero su asteroide inventado, que cambia de colores como lo hacen las personalidades que oscilan entre la desolación y la euforia, se llama Melancolía porque viaja oculto en la órbita de las almas rotas como las de Justine.

Cuando todavía se sentía la estela destructora que dejó a su paso Melancolía, se asomó a nuestras vidas otra estrella. Dicen que nos rozó antes de proseguir su camino.

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