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Italia y el rey filósofo

La democracia aspira a elegir a los mejores, pero la mezcolanza de intereses enfrentados de los ciudadanos otorga mayorías aleatorias. Es el precio que hemos de pagar por la libertad y la igualdad para decidir quién nos gobierna.

berdonio dijo el día 18 de Noviembre de 2011 a las 15:19:

En la línea del señor Robles, parece haberse extendido la especie –de rancia indignación hesseliana- de que nos gobiernan los mercados reticentes a financiarnos a la carta; es decir, ante la mera resistencia a nuestro afán de manipularlos a conveniencia, les acusamos de coaccionarnos. Curiosa distorsión de la realidad.

El detonante de tan peregrina interpretación ha sido la sustitución de políticos manirrotos por tecnócratas sugeridos por las instancias acreedoras. Operación impecable desde la ortodoxia democrática, pues ha seguido cauces parlamentarios convencionales, a pesar de lo cual muchos se escandalizan por que el pueblo no ha sido consultado. Dejando aparte el hecho de que una democracia parlamentaria se caracteriza por no precisar del refrendo popular a cada decisión de gobierno, lo cierto es que una negativa a devolver los préstamos supondría un quebranto irreversible de las reglas de juego que abocaría a la ruina una economía nacional, violándose en consecuencia derechos individuales básicos.

La democracia es un medio más o menos afortunado. El fin son los derechos individuales. La realidad, los mercados, exige medidas liberalizadoras, es decir, mayor soberanía individual en detrimento del poder político; oponerse a ellas apelando a la democracia equivale, salvando las distancias de grado pero no de cualidad, a negar el derecho a la vida de inocentes si una mayoría lo decide. La democracia no es ningún valor supremo; lo son los derechos fundamentales. Al diablo con la legitimidad democrática si viola la ley natural.

berdonio dijo el día 18 de Noviembre de 2011 a las 15:13:

El gobierno más inteligente es la ausencia del mismo, es decir, la mayor libertad individual en un marco de absoluto respeto a la Ley Natural, la ley mínima, la ley que garantiza el fuero privado y la armonía de libertades. El cálculo político es un imposible teórico análogo a la inviabilidad del cálculo económico; por tanto, no existe gobierno más inteligente que el que menos estorba ni orden más satisfactorio que el espontáneo.

El gobierno no se elige en concurso público según criterios científicos y éticos no porque no sea democrático, sino porque no existen tales criterios objetivos para acertar con el “camino correcto”; es más, ese utópico camino correcto es sólo una quimera que nos despeña en el totalitarismo. Los expertos a lo sumo podrán decirnos cómo llegar adonde queremos ir, pero no dónde se debe ir, porque eso es un proyecto individual y no colectivo.

De manera que no se trata de democracia vs. despotismo ilustrado, ya que la democracia es un despotismo ignorante (una tontorrona autoridad absoluta no limitada por las leyes) y en tal caso habríamos de decantarnos por lo segundo, sino de optar entre el método menos cruento de imponer gobiernos por completo inútiles y nefastos o el Estado de Derecho, el gobierno de las leyes y no de los hombres.

Senex dijo el día 18 de Noviembre de 2011 a las 11:11:

Antonio, tal vez haya otro escenario para nuestra gobernanza en democracia distinto del de la resignación a soportar como nuestros regidores últimos a lo que salga de las urnas. Bastaría con que se distinguiera entre soberanía y "llevanza". El sujeto de la soberanía es el pueblo. Éste elige a los que le han de representar en el ejercicio de esa soberanía. Los representantes designan, apoyan y, cuando es el caso, remueven a los regidores a pie de calle de la cosa pública (con abstracción de los funcionarios, esos especímenes a los que interesadamente se intenta denigrar llamándolos tecnócratas). ¿No es así como funcionan las empresas, cuando han salido del estrecho ámbito familiar, o los clubs de fútbol?. Ciertamente que en ocasiones, con el desastre garantizado, el presidente de un club de fútbol, valga el símil, se pone a designar las alineaciones de los jugadores de su equipo o, más frecuentemente, a ficharlos según su personal albedrío o capricho (en casos extremos, como cierto Cabezas en el Atlético de Madrid, hasta se calzan las botas). Lo que a mí me parece que nos ocurre es que nuestros representantes políticos es del mismo modo que ese presidente como entienden su función y como se están comportando.
Atentamente.