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Pedro Fernández Barbadillo

Isabel de Valois, la joya de Francia

Cuando el cortejo fúnebre pasaba por las calles, la gente lloraba de pena. El rey se retiró dos semanas al Monasterio de los Jerónimos, sin querer recibir a nadie ni ver documento alguno; luego marchó a El Escorial; y guardó luto un año entero.

Cuando el cortejo fúnebre pasaba por las calles, la gente lloraba de pena. El rey se retiró dos semanas al Monasterio de los Jerónimos, sin querer recibir a nadie ni ver documento alguno; luego marchó a El Escorial; y guardó luto un año entero.

Después de numerosas derrotas militares y ante el crecimiento de las fuerzas protestantes (hugonotes), que rodeaban el trono dispuestas a destruirlo, la enemiga de los Habsburgo y de España, la Francia de los Valois, estaba dispuesta a hacer la paz. Enrique II ofreció a Felipe II su hermosa hija Isabel.

En la época de las grandes monarquías, los reyes y las reinas jugaban a las cartas con los príncipes y las princesas para hacer parejas, trenzar amistades y hasta ganar oro. En cuanto un principito empezaba a gatear, sus padres ya le buscaban compromiso. Así, la princesa niña Isabel de Valois, nacida en 1546, hermosa y culta, fue ofrecida por sus padres, Enrique II y Catalina de Médici, al rey Eduardo VI de Inglaterra, al príncipe Carlos de España y, por último, a Felipe II. Su padrino de bautismo había sido el inglés Enrique VIII, que le impuso ese nombre de pila en honor a su segunda hija.

La muerte de María I cerró la puerta a una restauración católica en Inglaterra, así como a la alianza con España. Felipe II meditó que quizá fuese mejor hacer la paz con el enemigo contra el que combatían los españoles desde 1494 que apoyarse en un aliado inseguro. Su cuñada Isabel, a la que él había favorecido en Londres hasta el punto de salvarle la cabeza, rechazó su propuesta de matrimonio y se declaró protestante.

La nueva liga organizada por el sucesor de Francisco I, su hijo Enrique II, con el papa Pablo IV y los turcos, había sido deshecha en la batalla de San Quintín (10 de agosto de 1557) por los tercios mandados por Manuel Filiberto de Saboya. Al año siguiente, una nueva victoria, la de Gravelinas (13 de julio de 1558), persuadió al rey francés para pedir la paz. Los embajadores y los correos viajaron entre Londres, París y Bruselas, residencia entonces del monarca español, que deseaba volver a la Península Ibérica, y se firmó en abril de 1559 la Paz de Cateau-Cambresis. Este tratado es el más importante del siglo XVI, ya que supuso el reconocimiento de la hegemonía española en Europa y la paz entre España y Francia hasta 1635.

Como prenda del acuerdo, Enrique II entregó su hija y a su hermana a sus vencedores: Felipe casó con Isabel, nacida en abril de 1546, y Manuel Filiberto, duque de Saboya, con Margarita, duquesa de Berry. La boda entre el monarca español y la princesa Valois se celebró por poderes en París en junio. En los festejos de la siguiente, Enrique participó en un torneo en el que una lanza se le clavó en un ojo y le mató. Le sucedió su hijo Francisco II.

Isabel y su séquito emprendieron viaje hacia España por tierra, mientras que los equipajes de la reina y sus damas eran tan voluminosos que se mandaron por mar. En enero de 1560, las dos comitivas se encontraron bajo la nieve en Roncesvalles. La reina prosiguió viaje por Pamplona y Sigüenza hasta el palacio del duque del Infantado en Guadalajara, donde se encontró con Felipe. En todos los lugares era aclamada no sólo por su belleza y juventud, sino porque era Isabel de la Paz.

Un primogénito tarado

Con ella la leyenda negra ha amasado sus mayores infamias contra Felipe II. Se le atribuyó cierto alejamiento respecto a su marido debido a la edad de éste, cuando el rey tenía 32 años y estaba en el verano de su vida. En Toledo recibieron a la francesa Juan de Austria, Alejandro de Farnesio y el contrahecho y enfermo príncipe Carlos, que en marzo de ese año fue jurado como príncipe de Asturias por las Cortes de Castilla. De esos meses se conserva una carta que Isabel escribió a su madre: "Os diré que soy la mujer más feliz del mundo". Catalina había tenido que soportar a la amante de su marido, la duquesa Diana de Potiers, en palacio.

A Catalina le costó diez años concebir a su primer hijo después de la boda. Isabel fue más precoz. El 1 de agosto de 1566, en el palacio de Valsaín (Segovia), dio a luz a su primer hijo. Como un marido del siglo XXI, Felipe asistió al parto y sostuvo la mano de su esposa. El bebé fue una niña, que recibió los nombres de Isabel Clara Eugenia. Con el tiempo esta niña fue el hijo más amado por Felipe II; a los cuatro años se decía que tenía la inteligencia de una muchacha de quince; y traducía para su padre documentos del italiano y hasta cifrados. El 10 de octubre de 1567 nació su segunda hija, Catalina Micaela. Algunos historiadores sostienen que de haber nacido un varón el rey habría depuesto al príncipe Carlos, que ya daba muestras de una locura irrefrenable, que le condujo a tener tratos con los rebeldes flamencos.

En enero de 1568 Felipe II encabezó el piquete de soldados que detuvo a su primogénito. Éste trató de matarse negándose a comer. Falleció a los 23 años de edad, en julio de 1568, y los traidores Guillermo de Orange (en quien Carlos V apoyaba su brazo en la abdicación de Bruselas) y el barón de Montigny acusaron a Felipe de haberle asesinado. En Madrid, nadie entre el pueblo sintió la desaparición de un personaje tarado.

Mientras tanto, en el verano de ese año la reina cayó enferma con fiebres, causadas por los nervios y los trastornos de la alimentación. Los médicos españoles no fueron capaces de descubrir que estaba embarazada y le aplicaron sus remedios de matarife: sangrías, purgaciones, ventosas, enemas, torniquetes... El 3 de octubre, el cuerpo agotado de Isabel dio a luz a una niña de cerca de seis meses que murió inmediatamente; su madre lo hizo horas después.

Felipe la acompañó en el trance supremo. Su amada Isabel, Isabel de la Paz, le pidió que mantuviera la paz entre España y Francia, y añadió que lamentaba dejarle sin haberle dado un hijo varón.

Cuando el cortejo fúnebre pasaba por las calles, la gente lloraba de pena. El rey se retiró dos semanas al Monasterio de los Jerónimos, sin querer recibir a nadie ni ver documento alguno; luego marchó a El Escorial; y guardó luto un año entero.

El annus horribilis para Felipe II

1568 fue el annus horribilis para la Monarquía española: muerte del enfermo príncipe de Asturias, sublevación de los moriscos de Granada, comienzo de la rebelión en Flandes (la Guerra de los Ochenta Años) y muerte de Isabel. En su biografía de Felipe II, el británico Geoffrey Parker reproduce unos párrafos de una carta que el rey escribió, a principios de 1569, a su entonces principal consejero, el cardenal Diego de Espinosa, en que le describía su desánimo y sus deseos de abdicar, como había hecho su padre en enero de 1556.

La reina Isabel murió el 3 de octubre de 1568. Ese mismo día el nuncio del papa, Pío V, impulsor de la Liga Santa que derrotó a la flota turca en Lepanto, escribió una carta a su señor describiendo la desolación en la corte, pero en una posdata cifrada añadía que todos daban por seguro que Felipe II, padre de dos niñas pequeñas, volvería a casarse, incluso daba el nombre de las candidatas: la princesa Margarita de Valois, hermana pequeña de Isabel, y la archiduquesa Ana de Austria, sobrina del rey.

En esos siglos, los monarcas debían ocuparse antes de sus deberes que de sus sentimientos. Y mientras se amortajaba a la reina muerta, el rey pensaba en su cuarta boda.

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