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Santiago Navajas

¿Y si 'cerramos' el Opus Dei?

Hace falta ser muy estrecho moralmente, reduccionista en lo político y adoctrinador en lo pedagógico para negar que los padres que optan por la educación diferenciada merecen el mismo trato que el resto.

El secretario general del PSOE de Madrid, Tomás Gómez, defiende "elevar a rango de ley que personas que pertenezcan a pseudosectas como el Opus Dei no puedan ocupar responsabilidades públicas". Con ello el dirigente socialista no hace sino continuar la tradición socialista de tratar de eliminar la competencia de su propia "pseudosecta", entendida la política como una ideología supersticiosa y dogmática en lugar de, como debiera ser, una confrontación de visiones del mundo basadas en la evidencia disponible.

En el imaginario colectivo izquierdista español, el Opus Dei ha tomado el relevo de la Compañía de Jesús como punta de lanza de la intelectualidad de signo católico. Por lo que no es de extrañar que en la izquierda caracterizada por el sectarismo se plantee reeditar con dicha organización el primer atentado de la II República contra los derechos fundamentales: el arbitrario cierre de los centros de enseñanza de los jesuitas y la disolución de la propia Compañía.

Afortunadamente, en la Monarquía constitucional actual los desvaríos totalitario-republicanos tipo Tomás Gómez están más allá de toda discusión política. Sin embargo, la animadversión hacia cualquier tipo de pluralidad y diversidad ideológica más allá de lo políticamente correcto está enraizada de manera instintiva en la mentalidad común de la casta dirigente, como queda de manifiesto en la sentencia del Tribunal Supremo sobre las subvenciones a los centros organizados según los principios pedagógicos de la educación diferenciada.

Al fin y al cabo fue basándose en una ley educativa del PP, "de Calidad de la Educación" (2002), que el Tribunal Constitucional declaró fuera de la ley el homeschooling, la educación en casa, porque, según lo dispuesto por Aznar, era preciso cumplir "diez años de escolarización obligatoria, desde los 6 hasta los 16", lo que obliga a todo el mundo a someterse al sistema educativo oficial, que interviene incluso en los colegios privados.

Sea como fuere, la sentencia del Tribunal Supremo sobre las subvenciones a los centros organizados según el principio pedagógico de la educación diferenciada no se basa en la literalidad de la ley, sino en una sesgada interpretación político-filosófica de su espíritu para lo que los magistrados han tenido que forzar el idioma al máximo. Ha sido el diario El País el que más claramente ha revelado este carácter ad hominem de la sentencia, al citar en un editorial tanto a Pío X como un pseudoestudio científico publicado en la revista Science (que no enlaza pero que pueden leer aquí), en el que las autoras consideran su investigación sobre la educación diferenciada una cruzada similar a la que se llevó a cabo ¡contra el racismo!, motivo por el que usan el despectivo término de sex-segregated education.

Como agudamente ha señalado Cristina Losada, si en lugar del Opus Dei hubiese sido Hillary Clinton no lo hubiesen llamado "sexismo", sino "progresismo". Y es que, frente al unidimensionalismo mostrado por el Tribunal Supremo en lo legal y El País en lo ideológico, el progresismo pedagógico consiste en dejar que sean los padres y los propios escolares los que elijan, si lo desean, la educación mixta o la diferenciada, sin que vengan iluminados envueltos en ropajes pseudopsicológicos a imponerles un sistema concreto, llevados por prejuicios políticos machistas o bien de género. Por esa tolerancia que lleva a la pluralidad es que existen universidades norteamericanas sólo para mujeres, del mismo modo que hay vestuarios o gimnasios para un solo sexo. Esa es la comparación relevante desde un punto de vista racional, no la que hacen los histéricos que asocian educación diferenciada y racismo, por ejemplo.

A diferencia de nuestro Tribunal Supremo, su equivalente norteamericano –tan cerca en la denominación, tan lejos en la filosófico– dejó bien claro que aunque el Estado debe regular de manera razonable el control y la duración de la educación básica, ello no es óbice para que predomine el derecho de los padres a optar por una educación equivalente en un sistema operado de manera privada. Volvamos al caso español: dado que el Estado se ha comprometido a financiar una educación privada vía subvenciones, debe hacerlo siguiendo los principios de razonabilidad y no injerencia en los motivos filosófico-pedagógicos de los padres cuando éstos sean razonables. Porque los derechos fundamentales están por encima de los intereses gregarios del Estado y la sociedad. Y hace falta ser muy estrecho moralmente, reduccionista en lo político y adoctrinador en lo pedagógico para negar que los padres que optan por la educación diferenciada merecen el mismo trato que el resto.

De hecho, no sólo es completamente legítimo que no se discrimine a los centros con educación diferenciada (aunque sean del Opus, ya que los opusdeístas, aunque no lo crean en El País y el Tribunal Supremo, también sangran cuando los pinchan, se ríen cuando les hacen cosquillas, etc.), sino que se debería permitir a los centros estatales (mal llamados "públicos"), en virtud de la tan cacareada autonomía de los mismos, implicarse en experimentos con educación diferenciada, con el único razonable requisito de que en su demarcación hubiera tantos centros femeninos como masculinos, de manera que nadie, en virtud de su sexo, pudiese ver lesionado su derecho a la educación. Así podrían realizar una investigación de verdad científica sobre las ventajas y desventajas de este tipo de metodología pedagógica. El lamentable estado de la educación en España implica que hay que elaborar las hipótesis más arriesgadas, por mucho que desafíen el statu quo en los ámbitos de la teoría y la organización. Sobre todo cuando, por ejemplo, la tasa de abandono escolar es un quince por ciento superior entre los chicos que entre las chicas. Si el dato fuera el inverso, el escándalo sería mayúsculo; pero como no hay un Instituto del Hombre ni un Observatorio contra la Violencia de Género Femenina, ni mú.

El pedagogo húngaro Lazslo Polgar llevó a cabo un experimento de homeschooling a pesar de la oposición de las autoridades comunistas de entonces. Sus tres hijas llegaron a ser grandes campeonas del ajedrez, dejando en evidencia a quienes sostenían que las mujeres no podían brillar en tal juego. Ha hecho más por los derechos de la mujeres un experimentador arriesgado y una chica lista como Judith Polgar que mil feministas de cuota.

Conozco a muchos padres que en la práctica practican homeschooling, en secreto y en paralelo a la enseñanza oficial. Sobre todo en preescolar y primaria, donde el dogma pedagógico, ese ostentoso y vacío "aprender a aprender" impuesto por el staff salido de las facultades de Ideología Pedagógica (que son a las Ciencias de la Educación lo que la alquimia a la química), hace que los niños aprendan tarde y mal cuestiones básicas relacionadas con la lectura y la escritura. Padres que son a menudo recriminados por los maestros cuando demuestran que los alumnos han aprendido "demasiado" o "muy rápido" (en ocasiones, parece, superando las capacidades y recursos de los propios educadores).

Notas: 1) No soy seguidor de san José María Escrivá de Balaguer, sino más bien del infernal don Luis Buñuel. En versión liberal, claro está. 2) El referido de Science consigue desbancar al de Nature sobre la presunta equiparación de la Wikipedia con la Enciclopedia Británica como el peor artículo de revista científica que jamás haya leído.

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