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Miguel Ángel Benedicto y Rafael Barberá

¿Es usted burro o elefante?

Que gane un candidato u otro no parece que vaya a cambiar en demasía la relación de Estados Unidos con España.

Que gane un candidato u otro no parece que vaya a cambiar en demasía la relación de Estados Unidos con España.

¿Quién será mejor para España, Obama o Romney? Cada lector tendrá sus preferencias, pero antes de decir en alto un nombre u otro será conveniente que tenga en cuenta dos consideraciones. Primero, la similitud ideológica entre el Partido Demócrata y el PSOE, por un lado, y entre el Partido Republicano y el PP, por otro, dista mucho de ser real. Ni las siglas ni sus líderes representan lo mismo. Segundo, pensar que España pueda tener una relación privilegiada con Estados Unidos es ingenuo. Sí formamos parte de una alianza en la que Estados Unidos desempeña un papel fundamental, pero querer aislarnos de nuestro entorno europeo y buscar una relación de igual a igual no se sostiene.

Los españoles tendremos que hacer uso de la diplomacia económica para hacernos valer al otro lado del Atlántico. Y en ese caso sí se puede pensar qué candidato será mejor para qué empresas, o mejor, a qué sectores empresariales puede ser más rentable. Han de cobrar fuerza los lazos comerciales no solo de unas cuantas grandes compañías, que ya existen, sino los que sean capaces de anudar las pequeñas y medianas empresas, aunque sea a través de pequeños acuerdos.

Esta modalidad diplomática será clave para que España sea considerada un socio fiel de Estados Unidos, un país que, a grandes rasgos, pide solo eso. Los vaivenes políticos internos españoles desorientan en Washington DC. Las excelentes relaciones entre ambos países con Aznar en La Moncloa –que vio enseguida que la alianza con Estados Unidos traería resultados altamente positivos– se deterioraron con rapidez y se convirtieron en minúsculas durante el periodo de Rodríguez Zapatero en el Gobierno. El líder socialista no entendió qué significaba la primera potencia mundial, despreció su bandera, salió precipitadamente de Irak y Kosovo y prefirió a los Castro, Morales o Chávez. Cuando quiso amistarse con Obama era ya muy tarde. A los presidentes estadounidenses les dan alergia los líderes erráticos, y este era un caso muy evidente. Y hubo gestos que así lo explicitaron. Como se cuenta en el libro Estados Unidos 3.0 La era Obama vista desde España, la única vez que el embajador Jorge Dezcallar fue citado por Rahm Emanuel, jefe de gabinete de Obama, lo recibió junto a otros dos embajadores europeos. De pie, en un pasillo, les vino a decir:

Miradme bien porque no me vais a volver a ver nunca más. Tenéis cinco minutos, no tengo móvil, no tengo e-mail y mi secretaria no os va a pasar conmigo.

El embajador Dezcallar no lo negó, aunque lo matizó:

Rahm no es un hombre fácil y no recibía a embajadores, pues consideraba que eso le quitaba demasiado tiempo para su trabajo interno en la Casa Blanca y con el Congreso, que eran sus tareas primordiales. En eso no le faltaba razón y, a pesar de ello, no fue precisamente brillante su relación con el Legislativo. (...) No le volvimos a ver ni él a nosotros. De manera que, cuando dejó la Casa Blanca, en medio de críticas generalizadas por el pobre manejo que había hecho del proyecto estrella de Obama de la reforma sanitaria, el cuerpo diplomático no pudo echarle de menos.

Del encuentro planetario que vaticinó Leire Pajín pasamos al choque de satélites. Obama canceló la cumbre transatlántica que se iba a celebrar en Madrid con la excusa de sus prioridades domésticas. En cambio, Zapatero recibió la llamada de la Casa Blanca para que encauzara la economía española con un plan de ajustes. España se convertía en una preocupación para los Estados Unidos. El líder socialista tuvo que conformarse con rezar junto a Obama en el Desayuno de la Oración. En España recibió visitas esporádicas de Hillary Clinton o del vicepresidente Biden, y fue en la protección de la propiedad intelectual, en la lucha antiterrorista o en misiones como las de Afganistán o Libia donde las relaciones no se deterioraron. Al final de su mandato, Zapatero volvió a dar un giro a sus políticas y sorprendió, esta de vez de manera grata, a los Estados Unidos con su apoyo al escudo antimisiles en Rota.

La llegada de Mariano Rajoy al poder no parece haber levantado grandes expectativas. Pese a que el nuevo presidente tiene un perfil más fiable y creíble, España está sumida en una grave crisis económica y financiera, y la política exterior está enfocada hacia la Unión Europea y, sobre todo, hacia Berlín y Bruselas.

Aun así, el líder popular apoyó el endurecimiento de las sanciones a Irán por su programa nuclear y el embargo de petróleo al régimen de los ayatolás, con el consiguiente perjuicio económico para España. Moncloa también debe cerrar el acuerdo del escudo antimisiles y todavía no ha podido, como hubiera sido su deseo, elevar a tratado el convenio de uso americano de las bases de Rota y Morón.

Rajoy se ha volcado en la diplomacia económica y en mejorar la imagen del país mediante la Marca España. Para conseguirlo, se han intensificado las relaciones económicas con Estados Unidos, donde gran parte de nuestras multinacionales se han instalado ya, para hacer negocio en áreas y sectores como el de las infraestructuras, el de las energías renovables, el financiero, el sanitario o el de defensa.

No hay que olvidar la fuerza del español en los Estados Unidos, con sus 50 millones de hispanos. El Instituto Cervantes tiene allí un importante campo de desarrollo a corto plazo, que el Gobierno popular debería aprovechar.

Aunque la situación económica sea en estos momentos lo que más pese en la relación entre los dos países, y nos haya llevado a ser protagonistas negativos de las declaraciones de Romney y Obama en campaña, el que gane un candidato u otro no parece que vaya a cambiar en demasía la relación de Estados Unidos con España. La Casa Blanca mira más a la Unión Europea que a Madrid, y lo que busca en nosotros es un aliado fiable. No hay que olvidar, como se destaca en el libro antes citado, que Estados Unidos va a seguir siendo la primera potencia del mundo y, pese a que su mirada esté más puesta en Asia, nos conviene tener una buena relación con Washington, gobierne quien gobierne a ambos lados del Atlántico.

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