José María Aznar ha vuelto a subrayar, desde su Fundación para el Análisis y los Estudios Sociales (FAES), la importancia de las ideas y ha pedido al PP que se vuelque en tal batalla, que más bien es una guerra. Una guerra cultural de tremendo calado.
Puede insistir en ello el expresidente del Gobierno hasta quedarse sin voz, pero mucho nos tememos que será un esfuerzo vano. En la batalla de las ideas, el PP ni está ni se le espera. El PP utiliza las ideas y a quienes las piensan cuando no le queda más remedio o cuando considera que le pueden salir gratis los brindis al sol y los discursos comprometidos. A la hora de la verdad, cuando se trata de llevar las ideas a la práctica o de rendir tributo a la coherencia, el PP suelta amarras y se abandona al oportunismo, a la demagogia, al conchabeo con el enemigo o al tecnocratismo autista. No pocas veces, además, escarneciendo a quienes de entre los suyos se la jugaron –incluso literalmente– por lo que proclamaba defender o señalándoles la puerta de salida, con insufrible e injustificable arrogancia: los liberales y los conservadores lo saben perfectamente desde aquel día en que Rajoy los puso en el disparadero.
Salvo las cada vez más contadas excepciones, el PP es la derecha sin remedio que no deja de lloriquear por el rechazo que genera su supuesta cosmovisión en buena parte de la sociedad por culpa de la manipulación izquierdista pero que, a la hora de la verdad, no hace sino dar la razón a las siniestras fuerzas de progreso, con sus dichos y hechos entreguistas. Si su manera de afrontar la crisis es la mejor prueba de ello –ha abjurado de cualquier atisbo de liberalismo que le quedara y se ha echado en brazos del estatismo socialdemócrata que nos ha traído la ruina–, lo que se dispone a hacer con la Justicia es la más vergonzosa.
Las ideas –gusta de decir Aznar, parafraseando al conservador Richard M. Weaver– tienen consecuencias. La falta de ellas, o de coraje, o de ambas cosas, también. Lo malo es que, aquí, quien va a pagar va a ser España.

