Shalom, Fernando:
Este jueves hace dieciocho años que fuiste asesinado por ETA en San Sebastián. Te acecharon desde un portal, salieron a la acera tras tu paso y te dispararon a su manera: por la espalda. Días después hicieron pintadas en la casa familiar, escupieron a tu viuda por la calle y a tus tres hijos nos pusieron escolta policial. Algunos llaman a eso conflicto, y los más pretenciosos hablan de conflicto irresuelto, o algo así de hueco.
No fuiste el primero ni el último: muchos fueron asesinados antes, y muchos después. Dispongo de pocas líneas, y sólo puedo mencionar a los heridos, a los amenazados, a los extorsionados, a los silenciados, a los que hubieron de marcharse, y a todos los que de mil maneras han padecido la persecución totalitaria de estos aldeanos embrutecidos alrededor del crimen y de la sangre.
Más de uno querrá partirme la cara por escribir así en San Sebastián, ahora que la mugre política y la manoseada corrección imponen el idioma de la paz, la convivencia, la normalización, la reconciliación, e incluso las pomposas sensibilidades; como si los pistoleros tuvieran alguna. Trampas del lenguaje de cartón piedra, empleado con fingida solemnidad por los que desviaban su mirada ante los cadáveres; los que nunca tuvieron que mirar a sus espaldas o los bajos de su coche, ni callar, ni bajar la voz, ni buscar compañías discretas a las que confiar sus opiniones. Nunca nadie les ofendió, ni lo temieron, e incluso de algún crimen tuvieron noticia en la sidrería o al volver de la playa.
En su indolencia sugieren que las víctimas del terrorismo somos un obstáculo para eso que llaman paz: paz por aquí, paz por allá, paz a todas horas, paz hasta en la sopa, paz vestida de fiesta con procesos, ponencias y foros. Ponen la guinda unos telepredicadores que suelen visitarnos desde lugares remotos, con amplias sonrisas y mayores bolsillos.
Para qué querrán tanta paz, me pregunto, si los muertos os limitabais a aguardar el turno de vuestro asesinato, ordenadamente y sin protestar; cada uno a su tiempo, cada uno en su lugar.ºExpresión de un pasado que no añoramos, que lanzamos al futuro para que la memoria permita siempre identificar y señalar a los criminales. Y desde la acera en que fuiste derribado, frente a los profetas de una paz de neón.
Lejaim, Fernando.