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Esto con Polanco no pasaba

En las tertulias políticas de las televisiones progresistas no cabe un progre antisistema más.

En las tertulias políticas de las televisiones progresistas no cabe un progre antisistema más. Es decir, sí cabe, pero sentado en una mesita auxiliar detrás del presentador, generalmente otro frikiprogre por el cuarto turno. Esta aglomeración de ungidos superdemócratas se ha agudizado tras las pasadas elecciones europeas, en las que Alemania ha visto surgir con fuerza un partido que defiende las tetas gordas y España otro quiere poner un sueldo a todos los seres humanos por el mero hecho de serlo. Las televisiones de progreso han rendido su programación a estos nuevos archimandritas de la ética política porque los consideran el resultado de una operación mediática que ellos han contribuido a culminar con éxito. Desde que el PP ganó las elecciones no ha habido cencerrada organizada por los grupúsculos antisistema que no haya sido exaltada en los programas progresistas como ejemplo de virtudes ciudadanas, ni estupidez argumental de sus dirigentes que no haya sido saludada por los presentadores de esos mismos espacios como la última aportación del genio humano a la cultura universal. Normal que ahora hayan visto llegado el momento de obtener los réditos correspondientes, instalando permanentemente a sus protagonistas en el plató para hacer subir la audiencia como hacen con Belén Esteban en Telecinco.

La actitud recental de los presentadores hacia estos indocumentados, como si fueran la encarnación del espíritu absoluto hegeliano, es digna de atención. En la cadena del Grupo Prisa, por la mañana abroncan a un histórico socialista por decir una obviedad ajena al paradigma de género y la representante del sector frikiprogre de su mismo partido le invita a marcharse de él, mientras que por la noche el Líder Máximo del exitoso movimiento republicano ejerce de entusiasta comentarista de una serie de televisión basada en las luchas dinásticas para ocupar el trono de un imperio. En La Sexta, por su parte, no se quedan atrás, con el conductor del programa de la noche de los sábados cortando a los invitados cuando plantean asuntos como el de los petrodólares bolivarianos de Trincamos o cualquier otra cuestión que pueda molestar a Polpotito, cuyas intervenciones nadie debe interrumpir bajo amenaza de expulsión del plató. Como espectáculo de humor involuntario no tienen precio, al menos durante los minutos en que es posible aguantar la sensación de vergüenza ajena sin cambiar de canal.

Estas cosas con Polanco no pasaban, al menos en su canal. Ahí no se permitiría la presencia de jovenzuelos que amenazasen con acabar con el sistema que le permitió hacerse multimillonario. Estarían de forma marginal, cubriendo una cierta cuota de exotismo ideológico para dar imagen de pluralidad, pero en el entendido de que las únicas extravagancias admitidas en el acorazado intelectual de la izquierda española son las chocheces ecuménicas del páter Gabilondo. Polanco hubiera visto al vuelo que los primeros medios que cerrarían estos universitarios, de llegar algún día al poder, serían los suyos, para evitar la competencia desleal. En cambio, a los periodistas estrella de su televisión no les importa y los responsables de la misma todavía no se han enterado.

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