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Cristina Losada

La ducha escocesa de Cameron

Sea cual sea el resultado, el caso es que se habrá hecho depender una decisión dramática y trascendental de factores singularmente pasajeros. Ay, Cameron.

Sea cual sea el resultado, el caso es que se habrá hecho depender una decisión dramática y trascendental de factores singularmente pasajeros. Ay, Cameron.

Un sondeo de The Sunday Times ha arrojado por primera vez una ventaja para el sí a la independencia de Escocia en el referéndum previsto para el 18 de septiembre, y este vuelco inesperado ha causado, por lo mismo, gran revuelo. Si no entre los independentistas, que han de estar jubilosos, sí entre los partidarios de que Escocia permanezca en el Reino Unido y cuantos dieron por seguro que ganaría de calle el apoyo al statu quo. Al respecto, es probable que el propio David Cameron se acomodara en ese cálculo cuando decidió autorizar el referéndum exigido por los nacionalistas, subestimando alegremente la miríada de factores capaces de alterar el curso de la opinión pública.

Es cierto que la ventaja que daba el sondeo a los independentistas era pequeña, de no más de dos puntos, y que otras catas demoscópicas realizadas al mismo tiempo seguían situando como ganador al no. Pero es cierto también que los partidarios de romper con el Reino Unido han ido creciendo. Un análisis de la encuesta fatídica en The Guardian resaltaba que un tercio de los que habían votado a los laboristas en las últimas elecciones escocesas se proponían elegir ahora la papeleta de la independencia. La razón es que prefieren salirse del Reino Unido antes que ver a los tories gobernando en Londres. Es más, tampoco están contentos con el Partido Laborista, o sea que, simplificando, como no les gusta Ed Miliband van a votar por la independencia.

Por si esto no fuera indicio suficiente de la cantidad y variedad de descontentos que pueden confluir en un voto de ruptura –independentismo de protesta–, está el factor de la campaña. Resulta que hubo un punto de inflexión especialmente marcado en el descenso del no y el ascenso del sí, y ese punto fue el cara a cara que mantuvieron a principios de agosto Alex Salmond y Alistair Darling, el portavoz de Better Together. Hubo acuerdo general en que Darling perdió aquel debate, mientras que Salmond convenció, y a partir de ese instante los sondeos empezaron a sonreírle abiertamente.

Los separatistas de allá y de acá dirán que "así es la democracia" porque, siempre en su conveniencia, identifican la democracia sólo y exclusivamente con el acto de votar en referéndum. ¡En referéndum!, que es un procedimiento que reduce y polariza al máximo las opciones, con la peculiaridad, en este caso, de que el polo contrario al statu quo tiene el potencial de atraer la disconformidad de cualquier tipo. Eso es exactamente lo que está ocurriendo en Escocia. La convocatoria del referéndum ha abierto así la puerta a que se rompa una convivencia secular por problemas coyunturales como la crisis económica y la falta de confianza en los grandes partidos. Incluso por caralladas tales como que un señor la pifie en un debate en la tele y que su rival tenga más labia. Sea cual sea el resultado de la experiencia escocesa, el caso, triste y absurdo caso, es que se habrá hecho depender una decisión dramática y trascendental, que no tiene vuelta atrás, de factores singularmente pasajeros. Ay, Cameron.

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