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Pedro Fernández Barbadillo

Guerra, creador y enterrador del PSOE

Después de 37 años en el Congreso, ha decidido dejar ser el único ciudadano español que ha gozado de los privilegios del cargo de diputado desde 1977.

Después de 37 años en el Congreso, ha decidido dejar ser el único ciudadano español que ha gozado de los privilegios del cargo de diputado desde 1977.

Comienza 2015 con otra baja en el club de rentistas de la transición. Alfonso Guerra, después de 37 años en el Congreso, ha decidido dejar ser el único ciudadano español que ha gozado de los privilegios del cargo de diputado desde 1977.

Los presidentes del Gobierno Adolfo Suárez, Felipe González, José María Aznar y José Luis Rodríguez Zapatero dejaron de ser diputados en algún momento u otro; también abandonaron el Congreso Manuel Fraga, Miquel Roca, Miguel Boyer… Como un cacique de la Restauración, un Moret o un Romanones, Guerra ha pasado en el Congreso la mitad de su vida; eso sí, por deseo de su partido y por voluntad de cientos de miles de sevillanos, que le han votado desde las primeras elecciones democráticas.

Los cargos del Partido Popular, partido al que votan las derechas, aunque no sea de derechas, le han despedido con elogios y aplausos, al igual que hicieron unos meses antes con Rubalcaba, el que agitó las protestas ilegales contra el PP en los penosos días posteriores al 11-M con la frase de "Los españoles se merecen un Gobierno que no les mienta".

Como la derecha sólo parece ejercer la memoria para cantar los temas de las oposiciones, hay que recordar varios de los hechos y las palabras de Guerra. Si se hubiera limitado a hablar, se le colocaría en el grupo de los jabalíes, que es como calificó Miguel Unamuno a los diputados de izquierdas de las Cortes Constituyentes de la II República caracterizados por interrumpir los debates con sus gritos y pateos y por sus discursos demagógicos; pero como fue vicesecretario general del PSOE y vicepresidente del Gobierno (1982-1991), hay que recordar sus obras y sus dichos.

En el Congreso de Suresnes de 1974, que Guerra organizó, según recuerda Pablo Castellano (Yo sí me acuerdo), al representante del Partido Laborista israelí se le recibió "con una sonora pitada proveniente de las huestes del futuro número uno" y también con pintadas contra Israel.

El PSOE fue reconstruido con fondos y técnicos aportados por el SPD alemán a través de la Fundación Ebert. A los miembros de ésta les ha sacado de quicio que Guerra y otros fontaneros como Julio Feo se atribuyesen todos los méritos en organización, propaganda y demoscopia, ocultando o disminuyendo aposta su aportación (El amigo alemán, de Antonio Muñoz Sánchez).

Guerra, con el beneplácito de Felipe González, se hizo con el poder en el nuevo PSOE y estableció la consigna de "el que se mueve, no sale en la foto": eliminó a los disidentes y aplastó todo debate interno. El PSOE se convirtió en un partido sin más ideología que el progresismo y sin más debate que los eslóganes (aborto sí; OTAN no; por el cambio; socialismo es libertad…); su eje era la adhesión al secretario general y su finalidad, la conquista del poder cuanto más pronto mejor. Este modelo luego lo copió el PP.

Insultos a Suárez

Cuando la ponencia que elaboró la Constitución se atascó, Guerra y Fernando Abril-Martorell (vicepresidente del Gobierno y hombre de confianza de Suárez), dos indocumentados en historia de España y derecho constitucional, zanjaron el asunto en una cena cambiando y podando artículos como quien cambia cromos.

Después de la segunda derrota electoral del PSOE, en marzo de 1979, Guerra fue de los que propuso como medio para ganar unas elecciones destrozar a UCD destrozando a Adolfo Suárez. Comenzó así la crispación y Guerra participó en ella con su lengua viperina. En septiembre de 1979 Guerra dijo del hombre que se plantaría ante el teniente coronel Tejero el 23-F, mientras él se escondía en el suelo de su escaño:

Si el caballo de Pavía entrara en el Parlamento, Suárez se subiría a su grupa.

Una vez pasado el 23-F, que su partido había contribuido a montar, Guerra dio muestras de su humildad franciscana revelando que él no había temido por su vida, sino por la democracia.

He vivido una experiencia extraordinaria (…) Mi instinto de conservación debe ser bastante pequeño porque me preocupaba fundamentalmente de los otros seres, de los que estaban en la Cámara, de los que estaban y de cómo sabría este país resolver el problema.

Cuando por fin el PSOE formó Gobierno, después de las elecciones de 1982, Guerra fue nombrado vicepresidente, y como tal participó en las decisiones del Gobierno que apadrinó los GAL, que pasó de exigir "OTAN, de entrada no" a pedir el voto afirmativo en el referéndum y que saqueó España como nunca se había visto.

Amando de Miguel y José Luis Gutiérrez publicaron en una biografía de Felipe González (La ambición del César) que Guerra quería hacerse miembro de la Real Academia Española mediante la jubilación de los académicos más ancianos y la elección de un cupo de nuevos miembros elegido por las Cortes, del que él formaría parte. Para democratizar tan añejas instituciones.

Curar a la gente de su avaricia y lujo

Cuando estaba en la cima de gloria, hubo quien dijo que Guerra recordaba a un fraile regañando a su parroquia por su empecinamiento en preocuparse sólo de las cosas materiales, y que de haber nacido en el siglo XVI habría sido inquisidor, pero como había nacido en el XX se hizo socialista.

Comportamientos caricaturescos de cura los tuvo. Por ejemplo, en una frase a la que se le podría aplicar el adjetivo de jesuita, Guerra empieza hablando del secuestro de José Luis Oriol y del general Villaescusa en 1976 para acabar con Pío Moa y Aznar.

Fue un extraño secuestro repleto de detalles aún sin explicar, aunque ya entonces se rumoreó que el raro desenlace se debió a un grapo llamado Pío Moa, que años después dedicaría su esfuerzo a ofrecer una versión dulcificada de Franco y su régimen con el apoyo político del entorno del Gobierno del Partido Popular.

Como esas señoras gordas que retrataba Antonio Mingote, a Guerra le encantaba murmurar y dar pellizquitos de monja.

En la última entrevista que le han hecho (El País, 10-1-2015), se le pregunta a Guerra qué quedó por hacer en su tiempo político y el cura progre contesta desolado que la maldad sigue imperando en la Tierra:

Alentar una cultura del esfuerzo y no una cultura del dinero. Una cultura del ser más que del tener. Echo de menos haber logrado que la gente, al compás de lo que hacía con su libertad, tuviera más deseos de una vida austera.

Sólo falta Juan Salvador Gaviota. Y esto lo dice alguien que empleó su poder para hacer que en 1988 un avión Mystere del Ejército del Aire volase de Madrid a Faro para recogerles a él y su familia, que no querían aguardar una cola en la frontera con Ayamonte, o que permitió que su hermano Juan se enriqueciese gracias a su relación con él.

El PSOE ha muerto de éxito

La mayor responsabilidad que cabe achacar a Guerra es que su escuela de debate, en la que se sustituye el argumento o el dato por el insulto y la caricatura, su aportación al embrutecimiento del pueblo español, la instauración de un sistema de funcionamiento de modo leninista en los partidos, su eliminación de los medios de comunicación no adictos al discurso y su difusión de la memoria histórica del poder han contribuido a inflar a Podemos. Como tantos socialistas, desde Zapatero a Beatriz Talegón, Guerra ha alimentado a los tigres que están a punto de devorar al PSOE.

Ahora se dispone a contemplar la corrida desde el tendido.

A comienzos de los años de González, Guerra pronunció otra frase célebre que da idea de sus modales: "A este país no lo va a reconocer la madre que lo parió". Y es cierto que los socialistas han dado la vuelta a España como a un calcetín, desde la corrupción a la moral. El consuelo es que el PSOE ha muerto de éxito: ya sólo cuenta con la ayuda del PP para sobrevivir.

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