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Copa del Rey

Pablo Planas

Melilla, sede de la final de Copa

Melilla reúne las condiciones ideales para albergar el espectáculo de la primera final de la Copa de Felipe VI.

Melilla reúne las condiciones ideales para albergar el espectáculo de la primera final de la Copa de Felipe VI.

Ante las dificultades del Athletic de Bilbao y del F. C. Barcelona para encontrar un estadio en el que parte de sus respectivas aficiones pueda silbar a gusto y como es costumbre el Himno Nacional, cabría la posibilidad de llevar la final fuera de la península, pero dentro de España. Más concretamente, ambos clubes tienen la opción de jugar en el magnífico y recoleto campo municipal Álvarez Claro de Melilla, terreno de juego de césped, pista atlética y capacidad para doce mil espectadores ululantes en un exótico entorno natural. Allí juega, en Segunda B y los sábados y domingos que le toca, la Unión Deportiva Melilla, cuya plantilla no tiene la más mínima queja de las instalaciones.

Melilla reúne las condiciones ideales para albergar el espectáculo de la primera final de la Copa de Felipe VI. Está tan lejos de Bilbao como de Barcelona; el estadio luce adaptado a las retransmisiones deportivas (una vez jugó el segundo equipo de la selección española y no sonó La Internacional); la superficie es de hierba natural, de cuya infusión se obtiene un remedio colosal para el colon irritable; y hay luz artificial.

No es chufla lo de Melilla. Hace un par de años el Athletic sólo pudo arrancar un empate a dos del inexpugnable fortín del Álvarez Claro, don Rafael, fundador del equipo de la ciudad. Fue un partido de Copa precisamente. En la vuelta, los leones ganaron por tres a dos. De modo que el campo es apto, además de neutral recinto. Podría objetarse que Melilla está lejos si no se vive en Melilla. Un viaje largo y caro, pero los aficionados del Bilbao y del Barça ven a sus equipos siempre que quieren y esta final de Copa debiera ser diferente. Mientras que un partido de fútbol de esas características en Barcelona, Madrid o Bilbao es un hecho relativamente cotidiano (en San Mamés no tanto) que no deja de provocar molestias en el tráfico, los transportes y los hoteles, en Melilla acogerían con los brazos abiertos el encuentro y la ciudad saldría en las noticias más allá de la valla. Se lo merece Melilla y no estaría de más que la Federación, la Liga y La Zarzuela, organizadores del magno evento, tomaran cartas en el asunto y en cuenta la candidatura.

Otra opción sería convertir la final en un regalo a las tropas españolas desplazadas en el extranjero. Nada hay tan intrínsecamente español (toros y cesta punta aparte) como la final de Copa, que ha sido monárquica, republicana y militar. Y es ahí por donde se podría mandar al Barça y al Bilbao a jugar a Kabul, Beirut o Mogadiscio. Felipe VI es capitán general y el Bilbao-Barça o el Barça-Bilbao es su partido y su copa. De hecho, él mismo la entrega, e incluso y si le diera la gana podría organizar la pachanga en la cubierta del Príncipe de Asturias, que está en venta, según dicen. Eso sí que sería el partido del siglo y del milenio. Los once últimos españoles de Anson (el Athletic, que es el único equipo con todos los jugadores nacidos en España, según advirtió el periodista y académico) y el Barça, columna vertebral de la selección nacional donde todos son españoles porque viven, trabajan y juegan en Cataluña. Partidazo. No se puede tocar con la mano y rige la ley de la botella, el que la cuela va a por ella. Soberbio espectáculo. Mejor que Hanna Montana (Miley Cirus) enseñando tanga en el USS George H. W. Bush.

¿Qué, lo de Melilla? Es más, la final también se podría jugar en el Alfonso Murube (Ceuta), el Heliodoro Rodríguez López (Tenerife), el Estadio de Gran Canaria, el Pinilla del Teruel (por San Esteban), Las Gaunas (Logroño) o el Chafarinas Arenas Stadium, donde disputa la Legión el Solteros contra Casados de cada año. ¿Silbar el Himno? No problemo.

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