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EDITORIAL

¿Hacia unas nuevas elecciones en Cataluña?

Los únicos obstáculos que están encontrando hasta ahora son los que ellos mismos se ponen en el camino.

Tras la decisión de la CUP de mantener su veto a los presupuestos de la Generalidad, el presidente autonómico, Carles Puigdemont, ha anunciado este martes que se someterá en septiembre a una cuestión de confianza, dando así por hecho que el bloqueo de los anticapitalistas a sus cuentas supone el fin del pacto de estabilidad que daba vida al Gobierno de Junts pel Sí. Con esta decisión, Puigdemont gana algunos meses de tiempo y traslada toda la presión a la CUP, que tendrá que decidir si liquida al Gobierno autonómico que en estos momentos lidera el proceso secesionista.

No le falta razón al presidente regional al denunciar la deslealtad de la formación nacionalista de extrema izquierda a la hora de cumplir un acuerdo por el que Junts pel Si aceptó apartar a Artur Mas de la Presidencia de la Generalidad pero que ahora no es correspondido aquélla, al no respaldar los Presupuestos. Ahora bien, si la supuesta derecha nacionalista, con tal de salvaguardar el proceso de secesión, buscó alianzas con un formación antisistema de extrema izquierda como la CUP, no debería sorprenderse al verse a expensas de quienes "exigen la independencia sólo a su manera y sólo con su estrategia".

En cualquier caso, el tiempo dirá si los separatistas, bien tras la moción de confianza, bien tras la celebración de unas nuevas elecciones autonómicas, son capaces de superar, tal y como ya han hecho en el pasado, este nuevo escollo con el que se ha topado su ilegal proceso de secesión. A este respecto, conviene no olvidar que ya en 2012 no faltaron quienes auguraban que ni siquiera se pondría en marcha por la dificultad que tendrían sus promotores para abordarlo y, al tiempo, cumplir los objetivos de reducción del déficit. Más adelante, tampoco faltaron quienes lo dieron por fracasado por el abierto desacuerdo de sus protagonistas a la hora de consensuar la pregunta y la fecha de la consulta secesionista, que finalmente se celebró el 9 de noviembre de 2014. Tras las últimas elecciones autonómicas, y tras poner a Catalunya Sí que es Pot en el mismo saco que a Ciudadanos, PP y PSOE, no faltó en el ámbito constitucionalista quienes lo dieron por muerto porque los separatistas habían ganado en escaños pero no en votos. Otro tanto se podría decir de los optimistas que vieron en la negativa de la CUP a respaldar la investidura de Mas el fin del golpe institucionalizado que se perpetra abiertamente en Cataluña desde la Diada de 2012.

Dado el caso omiso que los separatistas brindan a los más altos tribunales, los únicos obstáculos que están encontrando hasta ahora son los que ellos mismos se ponen en el camino. Confiemos en que esta profunda división interna entre los separatistas signifique –esta vez sí– el fin de un ilegal proceso de ruptura al que paradójica y vergonzosamente no le está faltando impunidad ni financiación por parte del Estado.

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