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Eduardo Goligorsky

Agradecidos a la CUP

Los aventureros agradecen a la CUP que desvíe hacia ella la indignación de los miles de ciudadanos engatusados con el cuento de la patria independiente.

Los aventureros agradecen a la CUP que desvíe hacia ella la indignación de los miles de ciudadanos engatusados con el cuento de la patria independiente.
Puigdemont y Mas | EFE

Los figurones del secesionismo y sus escribas han puesto a la CUP en la picota después de que sus sóviets resolvieran echar a pique los presupuestos de la Generalitat y, con ellos, la hoja de ruta del proceso. Puro camelo. En realidad, la cúpula rupturista está agradecida a la CUP por el servicio que le ha prestado al dar un pretexto para justificar la extremaunción de ese timo que ya llevaba mucho tiempo muerto: en bancarrota, fracturado por los conflictos entre los tiburones del cardumen y marginado del marco legal español, europeo e internacional. La CUP se convierte así en el chivo expiatorio al que se atribuye el fracaso de la empresa que una élite de aventureros ambiciosos e irresponsables había puesto en marcha en beneficio propio y que estaba condenada, desde el vamos, al descalabro. Los aventureros agradecen a la CUP que desvíe hacia ella la indignación de los miles de ciudadanos engatusados con el cuento de la patria independiente.

Fuerzas de choque

La indignación debería dirigirse –y seguramente se dirigirá, con el transcurso del tiempo–, contra quienes urdieron la estafa. "Pronto veremos el impacto de la frustración secesionista", pronostica Valentí Puig en un artículo cuyo título sintetiza magistralmente una descripción veraz de la realidad social ("No hay catalanismo sin clase media", El País, 25/5). La CUP carece de la sutileza necesaria para armar planes de tanta envergadura. Pertenece a la categoría de las fuerzas de choque que todos los movimientos totalitarios -nazis, fascistas, comunistas- utilizan con fines intimidatorios, agrupando a los lumpen anclados en el paleoencéfalo de la etapa reptil; energúmenos adictos a la tribu, al instinto de territorialidad y a la violencia.

Tampoco cabe argüir que quienes amañaron el maridaje ignoraban la catadura de su pareja. La eligieron con premeditación y alevosía. Clamó el editorial "Presidente Puigdemont" (LV, 11/1):

La rigidez de la izquierda radical catalana se ha puesto dramáticamente de manifiesto durante las negociaciones de estos tres meses y medio. (…) No hace falta recordar que el propio Mas calificó a la CUP de grupo de hiperradicales y de superizquierda. Ayer mismo, la portavoz de la CUP, Anna Gabriel, advirtió en el hemiciclo al nuevo president que su grupo vigilará que se cumplan todos los puntos del acuerdo en el tiempo establecido. No es este un buen augurio para la etapa que empieza, y la experiencia más cercana no hace más que añadir nuevas incertidumbres.

En la columna vecina, Joaquín Luna vertió su dosis habitual de humor cáustico:

Sin duda, la CUP es un socio solvente para reforzar la dimensión revolucionaria del 9-N: les avala su simpatía por el mundo abertzale, gente a la que en su día "no le temblaron las piernas" -otra expresión preocupante de Puigdemont- y asesinaron a centenares de personas por la libertad de la oprimida Euskadi.

La CUP siempre fue un residuo tóxico que los secesionistas sacaron del vertedero para fraguar una mayoría de la que no disponían. Les resultó útil para la simulación hasta que les estalló en las manos. "La realidad descarnada es que, a partir de ahora, la mayoría (sic) independentista es de 62 diputados y no de 72", escribió Francesc-Marc Álvaro ("Como un reset", LV, 9/6).

Implosiona el contubernio

La implosión del contubernio secesionista genera reacciones imprevistas en algunos veteranos del agitprop. La panfletista Pilar Rahola, entusiasta promotora y apologista de las movilizaciones de masas ululantes, aporta, sorpresivamente, una verdad como una catedral ("Planeta manicomio", LV, 28/5): "Nada es más voluble que la opinión de los ciudadanos cuando pierden su individualidad y se convierten en masa". Le falta citar a Ortega para reencontrarse con la racionalidad perdida.

Francesc-Marc Álvaro, a su vez, hace una pausa para la introspección crítica ("Violencia y presupuestos", LV, 30/5):

Si el proyecto de la independencia depende de un grupo maximalista, purista, alérgico a las instituciones y sin ningún sentido de Estado, Madrid no debe preocuparse. Por eso fue un error enorme la declaración del 9 de noviembre posterior a las plebiscitarias (sic), como lo fue confiar en que los cuperos serían un socio fiable de Junts pel Sí. Los encapuchados que juegan a la guerrilla y los diputados que justifican este festival nihilista son la herramienta más eficaz para frenar una Catalunya independiente.

El predicador ortodoxo sabe, empero, que sus compañeros de viaje esquerranos son promiscuos por naturaleza y llevan la duplicidad en el ADN. Y lo denuncia ("Ni juntos ni cómplices", LV, 18/4):

El diputado Tardá fue claro sobre las intenciones verdaderas de la dirección republicana: "ERC tendría que gobernar los primeros quince años de la república con los Comunes y la CUP". ¿Y por qué no ese mismo tripartito dentro del actual esquema autonómico, si resulta que -como todo el mundo admite en privado- esto va para largo? (…) Los convergentes no deben insistir más en listas unitarias, tienen que aclararse, han de hacer los deberes pendientes y prepararse para el día siguiente, cuando toque explicar que los dieciocho meses eran sólo una metáfora.

Más explícito, imposible: como todo el mundo admite en privado, esto va para largo, los dieciocho meses eran sólo una metáfora. Basta de tomar el pelo a los ciudadanos. Pero los tiburones siguen intercambiando dentelladas, con la esperanza de birlarle al socio un cacho de poder. Leemos (LV, 11/6):

CDC afea a ERC la condescendencia con la CUP y alerta de otro tripartito - Homs rechaza el referéndum unilateral mientras Puigdemont no lo descarta.

Un poco más abajo, otro titular confirma el intercambio de dentelladas:

Esquerra acepta el referéndum unilateral.

Y más de lo mismo (LV, 13/6):

Junqueras abre la puerta al referéndum unilateral.

Una última triquiñuela

Cuidado. El negocio de la secesión es demasiado lucrativo para dejarlo expirar sin intentar una última triquiñuela. Carles Puigdemont tiene su propia hoja de ruta y abre un paréntesis hasta septiembre. María Dolores García habla de "la puigdemonización pública de algunos diputados de la CUP", con el añadido de que el nuevo mandamás "ha decidido emanciparse de las entrañas de su partido [CDC]" y "quiere su debate de investidura" ("El president mutante", LV, 10/6).

También los frikis tribales velan sus armas y confían en la proclividad de los secesionistas a repetir amancebamientos rentables. La presidenta del grupo parlamentario de CUP, Mireia Boya, hizo un llamamiento a Puigdemont para "tender puentes" y "rehacer aquellos que se hayan roto" (LV, 10/6). Mientras tanto, el Frente Popular de chavistas y comunistas agita el tótem del referéndum para edulcorar su proyecto de desguace plurinacional. Y entre los intelectuales travestidos de progres que firman manifiestos figuran los que ya han publicado uno en el que se dejan encandilar por el tentador palabro: ¡plurinacional! ("Un grupo de profesionales pide un acuerdo tras el 26-J", LV, 3/6). ¿Por qué no -camaradas intelectuales- un reino de taifas, para respetar la tradición, o bantustanes, para actualizarnos, como en la Sudáfrica del apartheid?

Tiembla la clase media catalana, todavía a merced de los totalitarismos variopintos que trafican con su futuro ciscándose en el Estado de Derecho. Si conserva el instinto de supervivencia, será ella la que el 26-J tendrá que librarse con su voto de los histriones que la arrastran a la descomposición. Los que se queden en su casa el día de las elecciones tal vez lo lamentarán al encontrarla más tarde okupada en la república de los descamisados.

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