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Cristina Losada

Generación y regeneración

Puede que sea sólo una casualidad que hayan coincido en el tiempo, en la política española, un afán por la regeneración con otro afán por la renovación generacional. El regeneracionismo tiene historia en España y no es una historia con final feliz. A que no lo tuviera contribuyó el propio regeneracionismo, con sus diagnósticos tremendistas, su voluntad de cambiar España de raíz y su carácter esencialmente antipolítico.

Es posible que muchos de los que hoy reclaman regeneración quieran decir algo distinto a lo que el término significa en la historia política española. Pero sospecho que lo usan justo por esa resonancia, por un eco ya distorsionado de aquella vez que se intentó, creen, hacer un punto y aparte en una grave y profunda crisis nacional. ¡Al menos, la intención era buena! Ya, ya, pero cuántas buenas intenciones acaban produciendo auténticas barbaridades. Si la intención es buena y los resultados pésimos, habrá que preguntarse por la bondad de los medios que se emplearon y hasta por la bondad de la intención.

Quien quiera saber del regeneracionismo, del original, deberá leer Sueño y destrucción de España, de José María Marco. Yo me limito aquí a señalar alguna coincidencia que otra, como el hecho de que los nuevos regeneracionistas comparten con los antiguos la querencia por el corte. Siguiendo la metáfora orgánica, propia del regeneracionismo, se trataría de cortar lo que está podrido para que así se pueda regenerar el país. Y antes de asentir, hay que pensárselo: las metáforas tienden a sustituir al conocimiento. Pero no hay duda de que la promesa del corte, de un nuevo comienzo, desprovisto de la carga del pasado, resulta atractiva. Sobre todo, si uno no entra en la letra pequeña del cómo y del qué.

El vocablo regeneración promete una ruptura con el pasado, parcial o total, y es por ello que no ha de ser puro azar que haya venido acompañado de un llamamiento a la renovación generacional en la política. Es un llamamiento que no tiene mucho sentido sin la otra parte. A fin de cuentas, el relevo generacional se ha hecho siempre de manera natural, igual que es natural que no se produzca de una vez y que convivan, en los partidos, en el Congreso, en las instituciones, personas de distintas generaciones. Así ha ocurrido en la política española hasta ahora sin que nadie sacara del baúl del 68 la matraca del enfrentamiento generacional.

La insistencia, estos años, en la renovación generacional de la política es una expresión más del deseo de hacer un punto y aparte. ¿Qué mejor, para romper con el pasado, que una nueva generación de políticos sin los lastres que arrastra la anterior? Sin los lastres y sin la experiencia, hay que añadir. Bien, ya tenemos a una nueva generación de políticos en el Congreso, y con la tarea, nada fácil como es notorio, de forjar acuerdos para formar un Gobierno. Es una prueba de fuego y puede que la inexperiencia les pase factura. Pactar es una asignatura que sólo se aprende en la práctica, y la querencia por el punto y aparte no predispone a la transacción. Así sucedió con el regeneracionismo, el original. Su voluntad de hacer tabla rasa, su creencia en los grandes remedios definitivos, destruyó el espacio de acuerdo, fundamental en una democracia, para resolver las diferencias y los conflictos. Esperemos que los nuevos regeneracionistas no imiten, también en esto, a los antiguos.

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