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EDITORIAL

Gustavo Bueno y la ejemplaridad

Hasta sus últimos días, Bueno se volcó en pensar España, y de sus reflexiones al respecto podemos obtener estímulo y gran provecho.

Ha muerto Gustavo Bueno, uno de los pensadores españoles más importantes de la modernidad, autor de una obra perdurable, ingente y omnicomprensiva, que sin lugar a dudas le sobrevivirá.

Al igual que su obra, Gustavo Bueno era un hombre singular, con una muy acusada personalidad que, como el clásico en vida que era, le permitía conectar con gente que, sin estar familiarizada con su cosmovisión, sabía referenciarle y lo clasificaba inmediatamente entre las voces de autoridad.

Animal político paradójico, Bueno era un sabio excéntrico sin dejar de ser un intelectual comprometido, muy pegado a la realidad y a su circunstancia. Como refiere Jesús Laínz en la semblanza que le ha dedicado en estas páginas, Bueno era bueno y era valiente, una voz poderosa que no descartaba la vehemencia y que, sobre todo, no se arredraba ante la neoinquisición de la corrección política, a la que fustigó con implacable lucidez.

Bueno era un referente necesario por su manera de estar en y entender el debate público, tan distinta de la de tanto intelectual lacayuno y cobarde que no busca la verdad sino amorrarse al caño del Poder o hacerle las veces de perro de presa. Bueno discutía, Bueno se acaloraba, Bueno materializaba su manera de ver, vivir y explicar(se) la vida. Bueno incitaba.

Ese coraje cívico, esa sabiduría puesta al servicio de la sociedad nos son especialmente necesarios en tiempos tan convulsos y confusos como los que vivimos, cuyos desafíos sólo conseguiremos superar si a las empresas colectivas les dotamos de sólidos cimientos intelectuales. Hasta sus últimos días, Bueno se volcó en pensar España, y de sus reflexiones al respecto podemos obtener estímulo y gran provecho. 

Descanse en paz el profesor Bueno, católico ateo, filósofo y ciudadano ejemplar.

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