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Agapito Maestre

Guerra abierta en España

El PSOE agoniza y el sistema se agota. Aquí no se salvará nadie.

Se han puesto muy finos, incluso han guardado silencio, los políticos de los otros partidos, incluido el tropel de periodistas que trabaja para ellos, ante el espectáculo dado por el PSOE en su último Comité Federal. Es como si estuvieran rezando para que ellos no tengan que pasar por ese trance. Pero tengo la sensación de que también ellos, el día menos pensado, pueden saltar por los aires como ha sucedido con el PSOE. Estamos ante el final de una etapa política. Histórica. Y porque la historia tiene futuro, ningún partido estará libre de no verse sometido a turbulencias parecidas a las de los socialistas. Esto afecta a todos. El PSOE agoniza y el sistema se agota. Aquí no se salvará nadie.

Los animales políticos, que moran en el Parlamento, no quieren hacerse cargo del asunto, sencillamente, porque sólo están preparados para eliminar al contrario. Apenas hay políticos de fuste en el palacio de la carrera de San Jerónimo o, como diría un cursi, de la soberanía nacional. Estoy convencido de que un altísimo porcentaje de parlamentarios españoles darían hasta la última gota de su sangre por eliminar a cualquiera de sus competidores, empezando por sus correligionarios y compañeros de partido, si alguno de ellos tratara de arrebatarle su parcela de poder. El político español no confunde la ética con la política, porque desconoce por completo el significado de la palabra moral. Eso, en principio, no está ni mal ni bien. Eso es realismo. Eso es política. Los problemas empiezan a ser graves, cuando esa gente trata de vendernos la política como moral, y viceversa. Entonces resultan patéticos. Ridículos. Insoportables.

Los nuevos impostores, esos finolis ante la guerra abierta en el interior del PSOE, tratan de vendernos humo, especialmente cuando hablan de democratizar la vida de los partidos. Eso es imposible. El partido político nunca será una institución democrática. En el interior de los partidos políticos sólo rigen las leyes de la táctica, y la fundamental de entre todas esas leyes, como nos enseñara Robert Michels en la primera década del siglo pasado, es la disposición para el ataque: el político es un animal entrenado para eliminar a su correligionario, cuando lo requiera la situación. La democracia en el interior de los partidos es imposible, precisamente, porque es incompatible con tal disposición. Las organizaciones políticas son martillos, repetía Michels una y otra vez, en manos de su presidente. La democracia es inservible, por lo tanto, para el uso doméstico de los partidos políticos. La democracia en el interior de los partidos es una ingenuidad.

No obstante, aunque solo sea por motivaciones morales, debemos persistir en esa ingenuidad. Es la sal de la vida, pero nadie espere resultados inmediatos y eficaces. Es tan loable, desde el punto de vista moral, la persistencia en la democracia interna de los partidos como inviable políticamente. Es la tragedia de la política contemporánea. De la democracia. Sánchez conocía bien la lección de Michels, pero su torpeza no le ha permitido sobrevivir, aunque tengo la sensación de que ha conseguido lo fundamental: eliminar todo posible competidor en la jefatura de su partido. Es la peor consecuencia de la guerra entre los socialistas. Lo pagaremos caro todos los españoles. El comportamiento de Sánchez ha respondido a la frialdad del burócrata que está dispuesto a llevar hasta sus últimas consecuencias, o sea, la destrucción del propio martillo, el partido político, la ley fundamental de la táctica que rigen en todos los partidos políticos: la disposición para el ataque, es decir, matar a todo posible competidor en la jefatura del partido, empezando por el jefe que le nombró. Sánchez ha terminado con todos sus competidores, incluida la persona que lo aupó a la Secretaría General del PSOE: Susana Díaz. Ha seguido al pie de la letra el guión de los manuales de los años treinta sobre el funcionamiento de los partidos políticos. El jefe elimina cualquier disidencia, naturalmente, sin importarle el precio que pague la organización, aunque en este caso puede ser, insisto, la fragmentación, incluso la desaparición, del partido.

Y ahora, cuando termino la columna, me pregunto: ¿habrá sido Sánchez más fiel a Rajoy que a Michels? Dudo un instante, pero no puedo dejar de afirmar: Sánchez ha seguido al pie de la letra la política de Rajoy: yo o el caos. Yo o el Partido. Yo o la guerra civil en el interior del partido. El resultado ya lo sabemos… ¿Para cuándo el turno de Rajoy?

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