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Guillermo Dupuy

Gibraltar y los nervios infundados

Un país como España, incapaz de hacer respetar su Estado de Derecho en una parte de su territorio, no constituye peligro alguno para Gran Bretaña.

No le faltaba razón a nuestro ministro de Exteriores, Alfonso Dastis, cuando consideraba hace unos días que "alguien en Reino Unido está perdiendo los nervios": las belicosas declaraciones del exlíder del Partido Conservador Michael Howard, en las que aseguraba que la primera ministra May iría a la guerra para defender Gibraltar, tal y como hizo Thatcher en las Malvinas; o las más recientes de otro ministro de la Dama de Hierro, como Norman Tebbi, que ha propuesto nada menos que respaldar la independencia de Cataluña y llevarla a la ONU si España osa presionar en el asunto de Gibraltar, son síntomas inequívocos de un nerviosismo que es alimentado, además, por un hecho objetivo, como es el de que la salida de Gran Bretaña de la UE se lo puede poner, como vulgarmente se dice, a huevo al Gobierno español para reclamar la soberanía del Peñón.

Lamentablemente, sin embargo, tampoco le ha faltado razón a nuestro ministro de Exteriores cuando, a continuación, ha asegurado que dichos nervios "carecían de base alguna". Y es que, por mucho que Gran Bretaña se tome muy en serio sus intereses en Gibraltar, y por mucho que a España se le haya concedido un mal llamado poder de veto, que parece convertir el futuro de Gibraltar en una cuestión bilateral, el interés de la clase política española, en general, y del Gobierno de Rajoy, en particular, por el Peñón brilla totalmente por su ausencia.

No hace falta más que ver las declaraciones del propio Dastis, en las que aseguraba que España no vetaría "de entrada" el ingreso de Escocia en la Unión Europea ante una hipotética separación del Reino Unido tras la salida del bloque, para saber que este Gobierno es capaz de dar alas al secesionismo catalán pero en modo alguno de presionar a Gran Bretaña para que devuelva esa parte de nuestro otrora territorio nacional.

De hecho, la desidia de nuestra clase política y, en general, de la opinión pública española ante Gibraltar es muy anterior al ingreso de España en la Unión Europea, y es la que ha permitido que esa colonia, lejos de ser un lastre y una rémora de su época imperial, constituya para Gran Bretaña una pieza clave de sus intereses económicos y, sobre todo, defensivos.

Por otra parte, un país como España, que se muestra incapaz de hacer respetar su Estado de Derecho en una parte de su territorio como es Cataluña, no constituye peligro alguno para Gran Bretaña, por muy injusta y anacrónica que sea la presencia soberana de esta última en la Península Ibérica. Es precisamente esa diferencia de nervio entre un Gobierno como el español, incapaz siquiera de garantizar el derecho a la enseñanza en español, y el británico, al que no le tembló la mano a la hora de suspender la autonomía de Irlanda del Norte hasta en cuatro ocasiones, y que amenaza con una quinta si los partidos de la provincia no acuerdan la formación del Ejecutivo de poder compartido en un "plazo limitado" durante las próximas semanas, lo que debe llenar de tranquilidad a todos los británicos.

Y es que, con este Gobierno y con esta clase política, los únicos que deberían estar "perdiendo los nervios", y desde hace mucho tiempo, somos los españoles.

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