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Javier Somalo

Felipe no se durmió

Mala noche para los golpistas. El Rey no se durmió. A ver si, entre todos, conseguimos que les amanezca igual de feo.

Mala noche para los golpistas. El Rey no se durmió. A ver si, entre todos, conseguimos que les amanezca igual de feo.
Su Majestad el Rey I RTVE

La última vez que escuché en televisión un mensaje del Rey dirigiéndose al pueblo español sin ser Nochebuena yo tenía trece años. Suena muy distinto el himno de España cuando adorna una entrega de medallas que cuando aparece en la pantalla, con fondo fijo, precediendo y cerrando un discurso que no es de felicitación. Eso lo he recordado hoy. Supongo que el Rey, de mi quinta, lo ha revivido –que es más que recordar– de una manera muy especial.

Mal que me pese, citaré por tercera vez –¡tantas cosas llevamos tantos años repitiendo!– la escena que, según José Luis de Vilallonga, le contó el entonces rey Juan Carlos a propósito del 23-F:

(…) aprendió en unas horas más de lo que aprenderá en el resto de su vida.

Horas de un golpe de Estado anunciado en los periódicos con meses de antelación, los almendros que florecerían a finales de febrero. Horas graves y aún sin resolver del todo, como las muchas páginas que acostumbramos a cerrar por un interés que jamás ha sido superior. Horas graves e históricas pero, al fin y al cabo, altas horas de la noche hasta para el adolescente príncipe Felipe. Así que, según le contó a Vilallonga –y si no fue así, hoy me vale más que nunca la cita–, don Juan Carlos le espetó:

¡Felipe, no te duermas! Mira lo que hay que hacer cuando se es rey.

Tampoco es hoy el día de subordinar aclaraciones en torno a aquella frase, su autor, su cronista o los acontecimientos que la suscitaron. Ya lo hemos hecho en numerosas ocasiones. Hoy, al recordar aquel mensaje que vi en la televisión, me vino de nuevo la supuesta escena narrada por Vilallonga. Y el caso es que el destino le ha obligado a aprender muchas más cosas de las que su padre aventuró que quedarían resumidas en la noche del golpe, el otro. De hecho, desde la abdicación, el Rey ha visto medrar a nuestros políticos y subastar el Gobierno de la Nación mientras un golpe, otro, se anunciaba a bombo y platillo con el dinero de todos los españoles. Hasta ha visto bendecirlo y escrutarlo bajo palio.

Los asesores de imagen de los políticos, que suelen echarlos más a perder, siempre prohíben el apuntar con un dedo o cerrar los puños en los discursos. Resulta amenazante. Por eso nuestros representantes –los que queden– suelen dirigirse a la gente como si dejaran caer velos de seda a la orilla del mar, o como esos gatitos chinos de plástico dorado que suben y bajan la zarpita. Anoche el Rey apretó en varias ocasiones los puños en expresión de firmeza. Pero también como contención de una rabia en la que, al menos yo, me he sentido reflejado. Todos sabemos que el discurso del Rey habrá pasado por mil filtros, dos mil complejos y tres mil matices monclovitas. Pero nadie le ha impedido enfatizar y dar plena vigencia a la palabra Constitución, silabear lo "ilegalmente" que nos han traído hasta aquí, remarcar lo "inaceptable" del golpe, acompañar con las manos a los que "no están solos" o encerrar en sus puños los "principios democráticos fuertes y sólidos".

Dijo el Rey que "en esa España mejor que todos deseamos estará también Cataluña". No era la enésima invitación al diálogo con los golpistas. Era una firme determinación. La que no tiene aquél que delega el gobierno difícil en decisiones judiciales o el valor en unos policías que están viendo cómo un pueblo tan rico como enfermo consigue lo que no consiguió ETA.

Lo que hay que hacer cuando se es Rey es lo que no habría que hacer si hubiera Gobierno.

Y después sonó otra vez el himno. Mala noche para los golpistas. El Rey no se durmió. A ver si, entre todos, conseguimos que les amanezca igual de feo.

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