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Cristina Losada

Sapos

El otro día me entretuve haciendo la lista de los sapos que se han tenido que tragar los separatistas en los últimos quince días.

El otro día me entretuve haciendo la lista de los sapos que se han tenido que tragar los separatistas en los últimos quince días.
Cordon Press

El otro día me entretuve haciendo la lista de los sapos que se han tenido que tragar los separatistas en los últimos quince días. No las cosas desagradables que les han venido desde fuera, sino las que han venido desde dentro, de sus propios dirigentes y partidos. Mi lista, que no era exhaustiva, empezaba el día en que se aprobó en el Parlamento catalán una declaración de independencia: sin efectos suspendidos ni paños calientes, y con república catalana desde ya. Lo que ocurrió es conocido. Los únicos que creyeron que la independencia y la república eran una realidad fueron unos cuantos miles de personas que se reunieron a celebrar su advenimiento delante de la sede de la Generalitat. El supuesto presidente de la república se lo creyó tan poco que no tardó nada en huir a Bélgica. Por la represión y todo eso, sí, pero abandonó la supuesta república, puso pies en polvorosa después de tomarse unos vinos en los bares de su ciudad.

La fantasmagoría sufrió otro golpe autoinfligido cuando todos los partidos separatistas fueron decidiendo uno tras otro que iban a participar en unas elecciones autonómicas. Yo me pongo en la piel de un separatista de base y pregunto: si han proclamado la independencia y la república, ¿cómo se van a presentar a unas elecciones como si Cataluña fuera una comunidad autónoma más? Vale, todos tachan de ilegítimas esas elecciones, pero eso empeora las cosas. Porque su ilegitimidad es razón de más para rechazarlas. Pues no. No se ha visto nunca a tantos partidos dispuestos a presentarse a unas elecciones que ellos mismos califican de ilegítimas. Incluso la CUP, esos presuntos antisistema híper-radicales, ha decidido pasar por el aro de los comicios. Adiós a la paella insumisa que iba a hacer el 21-D. Tragar sí, pero no arroz.

Y en estas llegó Forcadell al Supremo. La presidenta del Parlamento, igual que otros miembros de la Mesa de la Cámara, colgó en el guardarropa del Tribunal su retórica desafiante y aseguró al juez que la declaración de independencia era sólo un gesto testimonial. ¿Cómo se ha de tragar el separatista de base esto de que la declaración era puro humo? ¿Con patatas? Así es. Porque allí en el Supremo sus heroicos dirigentes asumieron la intervención vía 155 y manifestaron lo siguiente: o dejaban la política o, de seguir en ella, renunciaban a cualquier actuación fuera del marco constitucional. Una retirada en toda regla. Una retractación que deja tocado y hundido el cuento de los presos políticos.

La píldora se puede dorar. Con los tintes negros del "Estado autoritario", de la represión, de lo que quieran. Podrán incluso justificar la cantada de Forcadell como estratagema para evitar de inmediato la cárcel. Pero si yo fuera un separatista de base exigiría un poco más de aguante y dignidad a los líderes. Exigiría, sobre todo, más disposición a aceptar la responsabilidad y el coste de sus actos. Sin tratar de reducir a una broma lo que hicieron, sin trucos para librarse de la justicia, sin escapadas ni retractaciones. Claro que el coste cero siempre fue la premisa de la aventura separatista. Y el coste cero que prometían a los creyentes era, en realidad, coste cero para ellos mismos. Que se lo digan a Artur Mas, que anda pidiendo dinero para abonar la fianza al Tribunal de Cuentas y no encuentra suficientes paganinis. Puede que las creencias separatistas se encuentren, como dijo Koestler de otras, en "regiones donde la persuasión no puede entrar". Pero a la hora de asumir los costes, la creencia deja paso a la conveniencia: nadie quiere pagar.

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