Marta Rovira, de momento candidata de Esquerra a la presidencia de la Generalitat por deseo de Junqueras, tuvo el otro día un cara a cara con Inés Arrimadas en un programa de la tele. Yo no lo vi entero, porque no soporto los cara a cara entre tres, y éste incluía al moderador, pero vi un fragmento en el que quedaba claro qué es lo que sabe Rovira de la Constitución. Esto es lo que dijo:
A mí, esta utilización del artículo 2 de la Constitución para anteponerlo por encima incluso del principio democrático, para mí esto es nacionalismo español. Es la unidad de la nación española por encima de todo, incluso por encima de la posibilidad de discrepar políticamente de lo que dice la misma Constitución.
Arrimadas le replicó atinadamente. Pero lo que revelaba Rovira es un desconocimiento oceánico de las posibilidades de reforma de la Constitución española. Todos sus artículos se pueden reformar. Al contrario que otras Constituciones, como la alemana, la italiana o la francesa, la nuestra no incluye cláusulas de intangibilidad. Si Rovira le echara un vistazo al artículo 168, vería que también ese artículo 2 que tanto le inquieta se puede modificar, igual que el resto de los que forman el Título Preliminar. Eso sí, la reforma ha de seguir el procedimiento establecido en la Constitución. Es lo propio de una Constitución democrática.
El problema para los designios de Rovira no es que el artículo 2 sea irreformable. Su problema es que la soberanía nacional reside en el pueblo español y no en los separatistas catalanes. Son los españoles en su conjunto los que tienen la última palabra sobre las reformas que afecten a artículos y partes esenciales de la Constitución, como ese artículo 2. Y esa es la razón por la que los separatistas catalanes no han querido ir nunca por la vía de la reforma constitucional. Es una razón profundamente antidemocrática, porque lo que no quieren ni por asomo es darle la palabra al pueblo español.
Sospecho que a Rovira todo esto le sonará extraño. Así que pongámonos en su lugar por un instante. Para ella, España es algo extraño. No sólo ajeno, que también, sino una suerte de terra incógnita, que nada tiene que ver con su Cataluña, y nada sabe tampoco de esa Cataluña suya. Cuando fue al Congreso de los Diputados, en abril de 2014, para defender que se transfiriera a las Generalitat la capacidad de convocar una "consulta" de autodeterminación, Rovira empezó de esta guisa:
Señorías, tenía muchas ganas de que llegase este día, muchas, para poder explicarles en vivo y en directo qué está pasando en Cataluña (...) Por fin hoy podemos mirarnos a los ojos y debatir y creo que este ejercicio nos va a ayudar mutuamente. De todas formas, creo que si nos conociéramos más, también nos apreciaríamos más. De hecho, a muchos es la primera vez que les veo. No nos conocemos, y por lo tanto, es un placer. Presidente, vicepresidente, señor Rubalcaba, señor Para, señora Díez, diputados, un abrazo y un abrazo también para el resto de los grupos parlamentarios.
¿No es la introducción de alguien que llega de tierras lejanas, de las que apenas se recibe información, para contarles qué ocurre allí a gentes que no saben nada de cuanto sucede en ellas? Hay en esas palabras algo de medieval, de premoderno en cualquier caso. Si no fuera por el derroche de abrazos, que nos sitúa más en la terapia de grupo, se diría que Rovira acababa de llegar de un lugar remoto, y de un tiempo remoto, para explicarles lo que allí pasa a un grupo de notables de la corte. Pero llegaba de una ciudad que está a tres horas de AVE.
Cierto, Rovira tampoco es excepcional en eso. Todo el separatismo catalán tiene a su Cataluña por un lugar tan ajeno y extraño al resto de España, y prácticamente al resto del mundo, que niegan la capacidad de entenderlo a los demás. Los nacionalistas son, según ellos mismos, los únicos que lo entienden. Son los únicos que lo entienden porque son los únicos que siempre se dan la razón a sí mismos.
No es que los separatistas quieran levantar fronteras con el resto de España. Para ellos esas fronteras, infranqueables, ya existen. Viven como si existieran. Dentro de sus fronteras mentales, no hay lugar, por supuesto, para la soberanía del pueblo español ni para la reforma constitucional. Pero tampoco hay lugar para la Cataluña que no es separatista. Al serles extraña España, ha resultado que les es extraña Cataluña. Y este desconocimiento sí que es un problema para Rovira y los suyos.