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Cristina Losada

El melón del PP

El fantasma de UCD recorrerá ahora mismo los pasillos de Génova, espantando a los que tengan los nervios a flor de piel.

El fantasma de UCD recorrerá ahora mismo los pasillos de Génova, espantando a los que tengan los nervios a flor de piel.
EFE

La renuncia de Alberto Núñez Feijóo a disputar la Presidencia del PP es una buena noticia. En las filas del PP gallego la han celebrado hondamente porque significa, dicen, que el actual presidente de la Xunta seguirá trabajando para Galicia. No es casual lo que ahí va implícito: que tener una importante responsabilidad política de ámbito nacional, como hubiera tenido Feijóo caso de haberse presentado y ganar, es irreconciliable con trabajar para Galicia. De hecho, toda la oposición gallega le venía reprochando eso mismo desde hace tiempo: que miraba hacia Madrid, lo cual, ya se sabe, nunca es bueno. Resultará más llamativo que la premisa de una incompatibilidad básica entre los asuntos gallegos y los nacionales la comparta el PP regional, pero es así y no es de ahora. Es la norma en la política autonómica; más cuando se hace política identitaria.

Con esos prejuicios asentados, imagínese el trance por el que hubiera pasado Feijóo si lanza su candidatura y no sale. Todos los días tendría que escuchar que se quiso ir a Madrid y que allí no le quisieron. Una y otra vez le recordarían que estuvo dispuesto a abandonar Galicia, a dejarla tirada, a traicionarla, que así de antagónico es dedicarse a la política regional y a la nacional para una clase política autonómica. Además, le ridiculizarían mil y una veces por haber fracasado. A una humillación como esta se podrá arriesgar un diputado, pero es raro que se aventure alguien que está en el poder. Seguramente, Feijóo se hubiera presentado de haber tenido la certeza de que le iban a elegir. A falta de garantías, le debió de resultar preferible no dar el paso, aun a costa de renunciar a una aspiración largamente madurada, como delató la emotividad con la que dio a conocer su decisión.

La buena noticia que representa su renuncia se lee entre líneas: no hay garantías. Su decisión de no arriesgarse significa que hay riesgo. Significa que la próxima Presidencia del PP no está atada y bien atada. Lo cual no sólo es novedad en ese partido, sino también buena novedad. Al menos, de momento, que aún no ha llegado el trámite a las últimas etapas. Pero, de entrada, la existencia de distintos candidatos los obligará a definir mínimamente sus proyectos y ese esfuerzo de articulación tendrá utilidad en un partido poco habituado a hacerlo y poco habituado a su nueva situación. El hecho de que compitan en el PP varios candidatos refleja la competencia que afronta, por primera vez, en el campo de juego del centro.

El PP va a abrir su melón y la incertidumbre llama a la inquietud. La competencia da mucho miedo, sobre todo a los que no tienen costumbre de competir. Las casandras de turno advierten de todos los males que va a provocar esta inédita pluralidad en la batalla por el liderazgo popular. Se profetizan desastres: la guerra interna, los bandos irreconciliables, los odios fratricidas, el estallido fragmentador. El fantasma de UCD recorrerá ahora mismo los pasillos de Génova, espantando a los que tengan los nervios a flor de piel. La canción del verano va a ser el tema que siempre se repite, ése de que los votantes castigan las disensiones partidarias. Puede. Pero el PP ha visto estos años cómo se le han ido desenganchando votantes al tiempo que era un partido aparentemente unido y sin fisuras. A lo mejor hay cosas más decisivas que la unidad. Igual resulta que el monolitismo no es más importante que hacer política.

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