El tratamiento del 1-O por el nacionalismo es un ejemplo diáfano de la capacidad mitológica para crear referencias históricas basadas en la ilusión de la mentira con el fin de lograr crear una ilusión de verdad. Así sacaron a principios de la transición una nación de la nada como un mago saca un conejo de la chistera. Con o sin voluntad de cooperar en la mentira, Josep Borrell acaba de sostener la existencia de la nación catalana. La justificación de todas sus tropelías. Y lo ha hecho en el peor momento (Diada Nacional de Cataluña), en el lugar más inadecuado para los intereses constitucionalistas (la BBC) y con su aval, el que más daño podía hacer a España por ser el ministro más beligerante contra el secesionismo.
Josep Borrell acaba de legitimar un poco más al golpismo con las mañas de Charberlain. Porque tras el relato de la nación, los nacionalistas avalan y refuerzan su aspiración a la soberanía, al derecho de autodeterminación, a unas instituciones propias, a la reivindicación de una lengua única propia, a una escuela nacional, a unos tribunales soberanos finalistas, al derecho a una policía política… y a una agencia tributaria catalana. Amén de al control de puertos y aeropuertos, a embajadas internacionales, a selecciones nacionales y… a obispos catalanes (volem bisbes catalans!). Su mundo. Y deslegitima a la ciudadanía española y sus derechos. O sea, más de la mitad de Cataluña y el resto de España.
La frivolidad del ministro de Asuntos Exteriores no es inocente, sabe lo que dice; es inteligente, tiene una preparación técnica y humanista envidiable y conoce como pocos la capacidad del catalanismo para distorsionar la realidad. Sabe que todas las gestas de esa nación catalana virtual están basadas en recreaciones medievales inducidas por el romanticismo alemán de Herder y en los delirios victimistas de la voluntad de ser de Jordi Pujol. Como alpinistas pacientes, fijan el seguro en un hecho histórico distorsionado o inexistente, lo adornan de épica y victimismo y, sobre él, fijan la siguiente cordada. El primer escalón falso fue vender la guerra de sucesión de 1714 como una guerra de España contra Cataluña en la que ésta perdió su libertad. El último, el 1 de Octubre, que han convertido en un abuso policial de un Estado opresor contra la voluntad democrática del pueblo de Cataluña. Pero ¿en realidad qué fue?
Repetir y subrayar lo obvio, aunque parezca ridículo, es hoy imprescindible en Cataluña. Por eso se han de recordar las garantías democráticas para que un referéndum sea legal: ha de ser constitucional, se ha de convocar en tiempo y forma, los interventores y presidentes de mesa han de ser escogidos por sorteo, los colegios electorales y las papeletas y sobres de votación han de ser homologados legalmente, los partidos han de tener representantes legales y el recuento, comunicación y custodia de urnas y papeletas, revisado por los miembros de la mesa y los representantes de los partido políticos. Ha de haber un horario prefijado, un censo legal con derecho a voto desde los 18 años, y el control de las votaciones deben ser cotejado a través de dicho censo…
Ni una de esas disposiciones de procesos electorales democráticos fue cumplida. El censo no era legal, podían votar los mayores de 16 años e inmigrantes sin derecho a voto, y cuantas veces les viniese en gana. Las papeletas no fueron homologadas ni las urnas inviolables, incluso hay imágenes en la que se ve meter papeletas a puñados en urnas abiertas, y otras aparecían llenas antes de empezar la votación. Los presidentes de mesa y demás personal electoral eran los propios independentistas implicados en la irregularidad, y votaron solo ellos con el recuento que ellos mismos consideraron. No daba ni para un pucherazo, fue una verdadera charlotada, pero, sin embargo, ellos, fingiendo trascendencia y épica democrática, toman tal charlotada como la decisión del pueblo de Cataluña para fundamentar la independencia unilateral. Con un par. Y Josep Borrell, el mayor crédito para desmontar sus mentiras económicas, se acaba de convertir en el mejor aval para su gran mentira, que Cataluña es una nación.
La cuestión no es el dicho, sino saber por qué lo ha dicho… Si Borrell no es independentista –sin duda alguna– y sabe lo que dice, sólo lo explica el fantasma de la confederación, que nace en el PSC y atufa en el PSOE. Si así fuere, aténganse a las consecuencias: toda la soberanía enumerada líneas arriba institucionalizaría la discriminación entre territorios dirigidos por caciques y territorios abandonados a su suerte. A tomar por c. la igualdad de los ciudadanos en nombre de los derechos históricos de los territorios. Viva el socialismo del doctor Sánchez.
PD. Josep Borrell, ante la tentación de seducir, no debe olvidar el odio que hemos visto este 11 de septiembre y veremos el próximo 1 de octubre. Esa argamasa nacionalista que plantó el catalanismo de Prat de la Riba hace cien años: "Era preciso acabar de una vez con esta monstruosa bifurcación de nuestra alma, era preciso saber que éramos catalanes y nada más que catalanes, sentir lo que no éramos para saber claramente, fundamentalmente lo que éramos, lo que era Cataluña. Esta obra, esta segunda fase del proceso de nacionalización catalana, no la hizo el amor, como la primera, sino el odio".
Y una pregunta impertinente. Si usted, señor Borrell, no está de acuerdo con la prisión preventiva de los "políticos golpistas", ¿qué hubiera hecho?