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Amando de Miguel

La vergüenza de Venezuela

Somos muchos los españoles identificados con el destino democrático de Venezuela. Después de todo, Bolívar fue español.

Los Estados que integran, mal que bien, la sedicente Unión Europea se definen constitucionalmente como democracias. Algunos de ellos formaron en los años 30 del pasado siglo un eje autoritario, por lo que la democracia fue el resultado de haber perdido la II Guerra Mundial. Bien es verdad que Rusia estuvo entre los vencedores y se ha mantenido mucho tiempo como un Estado no democrático. Aún hoy, la democrática Rusia arrastra muchos residuos autoritarios. Aunque de manera muy distinta, está también el caso de España. Considérese solo este detalle: el resiliente presidente de Gobierno de España no ha ganado nunca ninguna elección popular, y no es probable que se vaya a invertir tal tendencia.

El hecho actual, novedoso y plausible, es que los Gobiernos de la Unión Europea, aliados de los Estados Unidos, se aprestan a predicar las virtudes de la democracia por todo el mundo. El último episodio de ese espíritu misionero es el de ayudar a la reinstauración de la democracia en Venezuela (la pequeña Venecia), cuyo régimen chavista o bolivariano es un autoritarismo de libro. Lo curioso es que han tenido que pasar décadas hasta que la Unión Europea se haya decidido a dar el paso de reconocer a la oposición democrática de Venezuela y ordenar tímidamente el derrocamiento del dictador Maduro. Aun así, no ha sido una decisión unánime y pronta de todos los países integrantes del club europeo. España tenía que haber liderado ese movimiento, pero más bien se ha mostrado asaz renuente. Al final, el presidente Sánchez no ha tenido más remedio que sumarse a la intervención en Venezuela, pero lo ha hecho con todas las cautelas y sin entusiasmo. Ha contado poco el enorme peso de la población venezolana residente en España o de la española residente en Venezuela. Ha significado más el factor de los intereses de algunas grandes empresas españolas en Venezuela. Todas ellas han gozado de la protección del chavismo y pretenden seguir siendo hegemónicas con el eventual sistema democrático. Para ello no han dudado en algún caso de utilizar los buenos oficios del otrora presidente Zapatero para echar una mano en ese empeño. El dinero siempre es cauteloso.

Encima, en el caso español está la rémora de un partido con fuerte presencia parlamentaria, Podemos, criado a los pechos del chavismo, que es como decir el imperialismo comunista cubano. El presidente Sánchez ha debido su privilegiado puesto no a los votos del pueblo, sino al apoyo activo de Podemos y al pasivo de los separatistas vascos y catalanes. La democracia es así, señora.

"A buenas horas mangas verdes", se podría decir a propósito de la iniciativa dada por el doctor Sánchez (y con él otros socios europeos) al reconocer a la disidencia venezolana. La incoherencia mayor es por qué los países de la Unión Europea (o los Estados Unidos) no aplican la misma política de contribuir a derrocar los muchos regímenes autoritarios que en el mundo son. Pensemos: Cuba, China, Turquía, Arabia, Irán, etc. Si bien se mira, la mayor parte de los países de la Naciones Unidas son regímenes con tintes autoritarios, aunque pasen por democracias más o menos edulcoradas. Sin ir más lejos, en la España constitucional subsisten muchos restos del franquismo, que casi nadie discute. Por ejemplo, las subvenciones públicas a los sindicatos o al cine, el paternalismo de las 14 pagas en los sueldos, la propiedad estatal de la Radiotelevisión Española, etc.

Bien es verdad que somos muchos los españoles identificados con el destino democrático de Venezuela. Después de todo, Bolívar fue español.

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